Quizás el título del put up no sea el apropiado. Más que nada porque no es aburrimiento de lo que voy a hablar, es de la pereza. Uno de los siete pecados capitales por los que yo voy a ir directita al infierno.
Cada vez que tengo que realizar una de estas actividades tan cotidianas me dan ganas hasta de tirarme por la ventana (sí, soy un poco exagerá, lo sé).
Sólo hay dos que tienen que ver con mi faceta de madre, otras están relacionadas con con el aseo private. Puede que sea un poco cerdita Peggy. Oye, pero al ultimate lo acabo haciendo, eh ¡Que no soy tan guarra!
La frase más pronunciada por mi hijo a la hora de la comida es ¡qué agco! Pues tampoco cocino tan mal.
Empezamos por la faceta de madre. Dar de comer a mi hijo y llevarlo a dormir son dos actividades que me producen desesperación, pereza y cabreo a partes iguales. Entiendo perfectamente a la madre del Gremlin A mí, mi Bicho no me come y, cuando me come, lo hace tan despacio que nos sentamos a cenar a las 21.00 y nos levantamos (con mucha suerte) a las 22.30 horas.
Las seños de la guardería ya están hasta las bowlings de este bicho. Siempre tienen que esperar por él para quitar la mesa y, a veces, hasta me lo entregan con una peazo bola de comida en el carrillo. Esa bola siempre duerme la siesta en el moflete y no quiero ni pensar en las futuras caries.
La hora de ir a dormir es también desesperante y mi desesperación se multiplica por cien los domingos cuando quiero ver el único programa que me gusta de la tele: Salvados
Pues sí, ¡siempre me lo pierdo! porque mi hijo quiere ir a la talita ota vez”, es decir, ir a la salita, otra vez” en dialecto bichiano.
Los domingos no funciona ni el cuento de los Tres Cerditos ni el de Caperucita (los únicos de mi paupérrimo repertorio) ni la canción del barquito ni nada de nada ¡Vamos que mi hijo no quiere que me enteré de quien tiene la culpa de esto de la crisis!
En cuanto a las actividades de mi aseo personal son principalmente dos las que más pereza me generan: lavarme los dientes y secarme el pelo. Añadiría otras como limpiarme la cara por las noches echarme la leche hidratante después de la ducha.
¡Hola, amigas! ¿Cómo están ustedes?
Si hay un ser superior quizás me castigue por lo que voy a escribir. Pero, ¿no creéis que sería maravilloso plantarte una peluca por las mañanas y no tener que lavar y secar el pelo? Dios, perdóname si me lees. Puede que si me quede calva, acabe tragándome estas palabras.
Odio profundamente secarme el pelo y también ir a la peluquería. Tengo, por lo tanto, un serio problema en la relación con mi escasa cabellera. Algo totalmente visible a los ojos del resto de la sociedad porque siempre voy hecha una bruja. Por eso, mi peinado preferido son las coletas en todas sus versiones.
Un día me cuelgo en el tendedero
Cocinar es un tema del que ya he hablado largo y tendido. Lo detesto. Pero hay algo que me llama poderosamente la atención ¿Por qué me costará tanto hacerme un zumo de naranja por las mañanas? ¡Con lo que me gusta! Pues es que nunca me lo hago, pero que sí que todas las mañanas pienso: mañana sí”. Y así van pasando los días. El exprimidor eléctrico ya se descojona en mi cara. Un día lo tiro al suelo y lo pisoteo. Por idiota.
¿Y si mis naranjas valencianas fueran tan listinas como este limón?
Leer los power points con fotos, chistes mensajes requetecursis de los mails reenviar los mensajes en cadena (vía mail whastapp) es algo con lo que ya no puedo. No hay nada que me conmueva ni que me incite a hacerlo. Ya me pueden amenazar con toda una vida de calamidades y mala suerte, con falta de amores y de dinero ¡Me la trae floja!
Lo mismo te digo, diablillo de pacotilla
Y esta es mi vida. Luchando día a día contra el aburrimiento, la pereza, mi Bichi y mis miserias ¡Ay, y que sería de nosotras sin la rutina y sin nuestros pequeñuelos que no comen!
¡Cuándo seas madre lo entenderás! Puede que esta sea una de las frases más repetidas del mundo por madres de todos los continentes. Y es tan cierta y verdadera como tantas otras que escuchamos de nuestras progenitoras. Es una profecía.
La diferencia es que ahora somos también nosotras las que la decimos diremos en un futuro no muy lejano.
Yo ahora estoy en esa fase de viaje al pasado en el que te das cuenta (porque lo sufres en tus propias carnes) de las veces que di por culo a mis padres. Vamos a hablar con claridad y llamando a las cosas por su nombre.
Yo tenía dos costumbres que, mira tu por donde, mi hijo las ha heredado. Estas (porque había más) tenían que ver con el joder las horas de sueño/chill out de mis padres. Claro, eso era cuando yo no tenía ganas de dormir. La gran sufridora period mi madre porque, ya sabemos, que aquellos eran otros tiempos. Mi padre tenía que trabajar y mi madre no”. Era ama de casa. En fin…
La primera costumbre era que antes de dormir mi madre me tenía que cantar una canción. La cantaba una vez. A mi hermana y a mí. Hasta ahí todo regular. Pero, no. Con una no nos conformábamos. Entonces insistíamos hasta aburrirla y ella (pobrecita) claudicaba. Y vuelta otra vez,… Había una vez un barquito chiquitito…”.
A veces podía ser una oración. No importaban los medios, sólo el fin. Cualquier cosa, cualquier artimaña para que estuviera allí con nosotras hasta que nos durmiéramos. Y no exagero si digo que podía estar cantando alrededor de una media hora más hasta que nos dormíamos se ponía firme y nos espetaba: Esta es la última, eh”.
Otra costumbre era la de pedirle agua. A veces tenía sed, pero casi siempre me podía el aburrimiento. Sí, me aburría en la cama. Estar allí metida sin tener ni pizca de sueño period un rollo. Así que: Mamaaaaaaaaaaaaaá, aguaaaaaaaaaaaaaa”, Mamaaaaaaaaaá aguaaaaaaaaaaaaaaa”. A grito pelao. Hasta que ella aparecía con un vaso de agua y yo conseguía mi propósito: la de tenerla allí a mi lado. Eso me producía placer y no sé explicar por qué.
Cuando lo del agua ya no colaba, entonces period lo de maaaaaaaaaaaaa, me duele la barriga”. Y allí estaba mi mami con una aspirina infantil” (años después me enteré de que era zumo de naranja) para que se me calmará el dolor”.
Ahora me la imagino tirada en el sofá, completamente agotada del día, relajada, y… Noooo, las niñas otra vez”. Supongo que mis padres también discutirían: te toca a ti”, no, que yo ya fui antes”, por favor”, anda, vete tú”.
Mi madre era mía. Algo así como una esclava”, que no tenía derecho a estar cansada y, por lo tanto, mucho menos a descansar. Por supuesto, yo todavía period muy pequeña y mi cerebro no daba para más. Más tarde me entró la capacidad de razonar y comprendí que mi madre y mi padre eran seres humanos que, a veces, estaban cansados y que tenían necesidades. Por ejemplo, disfrutar de un rato de relajación y de unas horas de sueño.
Aparte de lo de tener vida de pareja. Lo que menos pensaba yo period que mis padres se amaban y necesitaban cierta intimidad. Hasta aproximadamente los diez años, papá y mamá eran sólo papá y mamá. Papá iba a trabajar y mamá hacía las cosas de casa y la comida. Es decir, dos seres-robots que sólo tenían esos cometidos, además de los de servirme a mí y a mi hermana y de reñirnos y castigarnos cuando nos portábamos mal.
Pues, ahora la madre soy yo, ahora soy yo la esclava”, la que no tiene derecho a un ratito de chill out, … Ni siquiera mi almohada es mía. Cada noche le cantó a mi hijo unas veinte veces la misma canción/nana (tengo que ampliar mi repertorio), mi hijo me pide treinta veces agua y ayer mismo, con la excusa de la otitis, me lo llevé a mi cama y, aunque no lo creáis, me quitó la almohada.
Cuando me hice con ella otra vez, -Esto sí que no. Es mi almohadaaaaaaaaaaaa”-, me puso la mano en la cara y empujó con todas sus fuerzas hasta que me rendí. Y yo, tan fina, le amenacé: que te den, ahí te quedas con tu padre”. Y me fui a su cama. Vamos, sólo me faltó sacar un pañuelo blanco desde la trinchera y gritar: me rindo, me rindo”.
Allí en la cama del bichi, la cabeza me estallaba… Pero, ¿qué clase de educación le estoy dando a mi hijo?, ¿cómo puede ser que un mocoso de dos años pueda conmigo?, ¡qué egoísta es!, ¡soy tonta!, ¡le estamos consintiendo demasiado!…
Complete, otra noche en vela.
El pasado siempre vuelve. Y estoy visionando continuamente a mi madre diciéndome: ves, te lo dije: cuando seas madre lo entenderás”. ¡Perdóname mamá, no sabía lo que hacía!”, buahhh, buahhhh…
Sinceramente, creo que este es mi castigo por las jodiendas varias de mi niñez.
El bichi lleva ya un mes disfrutando de la más amplia variedad y surtido de virus, catarros, mocos, toses, de la seca y de la expectorante… Incluso se ha tomado la libertad de contagiar a su mamá, esta que os escribe, que estuvo quince días sosteniéndose y deambulando por ahí como una zombi, moqueando y tosiendo, tosiendo y moqueando.
Y sigue,… Hoy vuelta a la pediatra. Esta vez, el bichi tiene afonía, cosa que no me extraña lo más mínimo.
Mis vecinos tienen que estar hasta el moño y más arriba del repertorio de gritos, quejas y lloros del bichi. Y qué os voy a contar que no hayáis experimentado en vuestras propias carnes. Los papis, es decir esta menda y su marido, ya no saben lo que es dormir dos horas seguidas.
Hoy, a las cuatro de la mañana, ya me rendí ante la evidencia. No iba a dormir y el día de hoy iba a ser lo más parecido a aquellos que empalmaba la fiesta con las clases con el trabajo. De esos días en los que te pican los ojos y te mueves por inercia, con un cansancio que te obliga a arrastrar los pies, como si cada uno pesara 40 kilos.
Llevamos así una semana. Que digo una semana, un mes.
Hoy le voy a implorar a la pediatra que me dé algo complejos nutricionales para curar a mi hijo y, de paso, a sus papis.
Bendita paciencia.
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