enero 3, 2016 por Óskar
¿En qué te puedo ayudar?
Raúl entra en esa habitación. Huele bien. De hecho huele muy bien. Se siente extraño, avergonzado. Quiere hablar de muchas cosas, pero va con una duda en la cabeza, y le va a costar hacer la pregunta.
Se sienta en ese sofá. Se mira las manos. Empiezan a sudar.
Mira a ese hombre, que sonríe y le mira mientras abre una libreta y prepara un bolígrafo.
¿Qué es el amor? – pregunta Raúl. Mejor hacer la pregunta de golpe. A pelo.
¿Cómo dices? – pregunta el hombre.
Quiero saber qué es el amor… – cube Raúl, esta vez mirando al suelo.
¿Por qué quieres saberlo? ¡Es una difícil pregunta! ¿Tienes pareja?
No, no es mi pareja… sí que es cierto que hay alguien especial…muy especial, pero no sé si esto es amor, no… estoy harto de meter la pata una y otra vez.
Entonces Raúl reflexiona sobre la relación” que tiene con esa persona.
Me levanto y lo primero que hago es mandarle un mensaje. Sin nada que decirle realmente. Sólo quiero hablar con esa persona, saber si ya ha empezado el día, si ha dormido bien… Me preocupa que haya tenido una mala noche, que haya tenido pesadillas, que haya pasado frío…
¿Te gustaría evitar que esa persona pasara frío?
¡Me encantaría! ¿Sabe qué? Para esta persona el frío siempre empieza en los pies, siempre los tiene helados. Entonces cuando nos sentamos en el sofá y abre una botella de vino, lo primero que hago es coger sus pies y calentarlos, los tapo con cuidado, y me aseguro que esté cómoda en el sofá… ya sabe – dice Raúl avergonzado – no quiero que coja frío.
Lo entiendo – dice el hombre sonriendo – ¿y qué más hacéis?
Vemos películas, siempre dejo que las elija ella, a veces las elijo yo, entonces son de miedo. No me gusta que lo pase mal, entonces sé perfectamente cuándo se acerca una escena de tensión, y la abrazo. La abrazo fuerte y dejo que ponga su cara en mi pecho para no ver las imágenes… ya sabe, luego podría tener pesadillas y dormiría mal, no me gustaría que pasara eso…
El hombre intenta participar en la conversación, pero Raúl se ha abierto como un libro, y él sabe que en esas situaciones lo mejor es no intervenir, y callar.
Si cenamos juntos me gusta pedir un postre de algo dulce, sé que ella elegirá algo de fruta para cuidarse, pero también sé que le encanta picar algo dulce antes de acabar de cenar, por eso… por eso yo pediré algo de chocolate, helado… para que ella pueda darse el capricho. Muchas veces le llevo en moto a casa, siempre llevo una pequeña bufanda por si hace frío ¿ya te he dicho que el frío le viene por los pies? La garganta es su segundo punto débil. Por eso la llevo, no quiero que coja frío.
¿Soléis hablar mucho? – pregunta el hombre.
¡Cada día! – dice él, ya menos tenso – sobre todo los jueves. Sé que son duros para ella en el trabajo, así que a la hora a la que llega a casa siempre le llamo le hablo, para que me cuente sus cosas, para que se desahogue, para que no se sienta sola… entonces, si veo que la cosa ha ido mal, no dudo en comprar su vino preferido y presentarme en su casa. Cenamos, hablamos, le hago reír…
¿Ocurre algo? – pregunta el hombre – te has callado de golpe.
¡Su risa! – cube Raúl – ¡Su risa me ocurre! ¡Tendrías que verla reír, sonreír! ¡Es una maravilla! Esa línea de dientes blancos, un poquito torcidos, que tanto me gusta. Ese sonido de risa despreocupada…
¿Te gusta verla feliz?
¡Me encanta verla feliz!
Rápidamente a Raúl le viene nueva información a la mente, y no duda en compartirla.
Hace tiempo perdió a una persona muy especial para ella. Desde entonces las fiestas de Navidad son tristes para ella, apagadas, sin magia… me encargo entonces de entretenerla, llevarla a sitios bonitos, darle regalos… pero los regalos son hechos a mano, odia que la gente gaste dinero en ella. Ella siempre regala a todos bufandas hechas a mano, postales, cosas de esas… es una manitas la tía.
Sabes Raúl que no podrás evitarle todos los dolores de su vida ¿verdad?
¡Pero quiero hacerlo! Sé que no puedo solucionarle todo, y que no puedo evitar ciertas cosas… pero pagaría para que sus lágrimas sean las mías, para batallar sus pesadillas, para curar sus fiebres en mi cuerpo. Mataría por enamorar sus penas. Hacerle la vida más divertida, más llevadera… ¿Sabes qué hago cuando me quedo en su casa?
Sorpréndeme – dice el hombre, ya dejando el bolígrafo y la libreta.
Enciendo su incienso. Sé que a ella le gusta ir a dormir oliendo a esos inciensos de vainilla, lavanda… no recuerdo ahora. Mientras recogemos la mesa, doy un salto y enciendo uno para que la casa vaya cogiendo ese clima, ese olor… perfecto para que ella vaya a dormir tranquila.
¿Qué cosas soléis hacer juntos?
Ya sabe… vemos películas, salimos a cenar, vamos al cine, a veces nos juntamos con los amigos…
¿Son amigos en común? – pregunta el terapeuta.
Sí, aunque cada uno tiene luego los suyos… pero me da igual, no puedo dejar de mirarla. Disfruto cuando se va con sus amigos, sé que ellos la quieren y que ella está tranquila. Así que yo aprovecho para ir con los míos.
Os lleváis bien, veo…
¡Mucho! Y cuando estamos todos juntos, no puedo dejar de mirarla… ¿ya se lo he dicho? ¡Lo siento! Es que cuando ella aparece… no sé explicarlo. Me siento tranquilo cuando está. Es más, a veces simplemente mandándole un mensaje a su móvil, recibiendo yo uno de ella… todo se arregla, el día es mejor. Entonces mi cabeza da mil vueltas… y planeo una nueva película para el viernes por la noche, y llevo vino, y chocolate… vemos la película y podemos pasarnos horas hablando. Al principio de la película, luego del amor, del desamor, de su familia, de la mía… porque esa es otra… le encanta escucharme, saber mis cosas, se interesa por mi familia, mis amigos, mi día a día… Otras veces no hablamos. Sé que le encanta leer, así que alguna vez llevo yo un libro mío, y leemos. Cada uno en una punta del sofá, mientras mis pies cubren los suyos. Ella lee atenta, distraída, relajada… yo intento leer, pero no puedo concentrarme. No puedo dejar de mirar su cara. Creo que me estoy repitiendo ¿verdad?
No te preocupes por eso, Raúl, yo estoy aquí para escucharle.
Entonces Raúl volvió y siguió hablando de ella.
De sus gustos. Le gusta el café, mucho, pero con la leche pure, y solamente una cucharada de azúcar.
Le gustan los animales, los adora, menos los gatos, le dan miedo, y además es alérgica.
Habló de la cicatriz que ella tiene al lado de la ceja derecha. Se lo hizo de joven borracha en una fiesta. Es una cicatriz preciosa.
Habló de sus preferencias en la comida, en los juegos de mesa, en el cine, en el deporte… habló de cómo a él le gustaba ir a hacer ejercicio con ella, aunque eso de hacerse el sano delante de ella para ganar puntos a veces lo dejaban con unas agujetas el resto del fin de semana.
Habló y habló de ella. Sin parar. Sin dejar de sonreír.
Disculpe Raúl – dijo el terapeuta – pero vamos a tener que dejar la sesión aquí. Tengo una pregunta antes de dejarle ¿ella sabe todo lo que usted siente?
No – dijo Raúl, mirando al reloj de la pared.
Ambos se despidieron. El hombre dio unos consejos a Raúl, y quedó a su disposición por si le necesitaba en un futuro.
Raúl salía de la consulta mientras sacaba el teléfono de su pantalón.
El terapeuta se preparaba para abandonar la sala, cuando su teléfono sonó. Eran sus amigos.
Oye loquero ¿nos vemos esta noche? – se oía al otro lado de la línea.
Vale – dijo el terapeuta – claro que sí.
¿Ocurre algo?
Quiero que me quieran como Raúl quiere a esa chica.
¿De qué me hablas? ¿Un paciente?
Ves abriendo la botella, voy para allá.
Mientras se dirigía a casa, pensaba en la charla con su nuevo paciente, y sonriendo pensaba que él tampoco sabía exactamente qué era el amor, pero firmaría ya por encontrar a alguien como Raúl.
Quizá el amor es mucho más sencillo. Quizá el amor es sólo eso: protegerse del frío, taparse los pies y amar las cicatrices, mientras se enfría el vino y empieza la película.
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