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Domingo, Madrid sixteen de Abril de 1921.
Han pasado ya cinco años desde el día en que mi madre me habló de mi padre por primera vez. Ese al que, por una maldita enfermedad, decidió abandonar aún sabiendo el gran dolor que le supondría.
—Es mejor que lo dejes pasar hijo, él no sabe de tu existencia —dijo entregándome un diario con fotos de París que él le había regalado.
Quiso el destino, que pocas horas después de aquello, ocurriera algo que marcó mi camino. Justo al anochecer alguien, que no supe quién era, se adentró en nuestra casa y sin mediar palabra nos atacó.
Aquel hombre, si es que se puede llamar así, demostró tener una gran fuerza y rapidez pero, lo que más me llamó la atención, fueron unos colmillos afilados como espadas que pude ver como se clavaban en el cuello de mi madre. Yo, por suerte por desgracia, conseguí sobrevivir.
Desde aquel día juré venganza, no habría rincón en el mundo donde aquel ser pudiera esconderse. Y, así es como he llegado al lugar donde me encuentro.
Sobre mis brazos descansa uno de esos seres, con el corazón atravesado por una estaca y, en mis manos, una carta que él llevaba. Siento como su sangre se mezcla con mis lágrimas, formando un único sentimiento.
Mi nombre es Esteban Markus Tremayne y quiero compartir con vosotros esa carta. La historia de una maldición que, aunque el destino quiso que no me acompañara, me hizo tener la mía propia.
Jesús Cernuda
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Este relato es propiedad de Paloma Muñoz La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Caminando entre cuervos (II).
Diario de lord David Alaistair Markus.
Londres, domingo 3 de febrero de 1901, un día después de los funerales de Su Graciosa Majestad, la reina Victoria.
Mi corazón está en tinieblas. Tan solo una luz aparece dentro de ese mar oscuro que es mi alma y los latidos de mi vida resuenan en mis oídos como olas encrespadas y rugientes.
Esa luz es la que me ilumina y, desde hace mucho tiempo, se mantiene encendida dentro de mí. La luz proviene de Paulina, mi amor, mi único motivo para seguir viviendo en este mundo con mis miserias y mis tragedias campando en torno a mí como si estuviera en medio de una lucha sangrienta sin tregua ni cuartel.
La amo tanto que sería capaz de cualquier cosa con tal de que nunca sufriera, que nunca pudiera pasar privaciones, que nunca enfermara.
No, no quiero pensarlo. Aunque llegará el momento en que tenga que confesarle el secreto que trastorna mi vida desde que era un niño.
Ella me ama. Lo sé. Es su corazón lleno de bondad y generosidad el que envuelve el mío en un cálido manto de lana suave que lo hace revivir constantemente cuando está cerca de mí.
Le he pedido que se case conmigo. Y ahora planteo mi vida ―tal vez― con mayor ilusión, sabiendo que ella no me abandonará porque es buena y porque me quiere.
Pero ¿cómo explicarle lo que soy? ¿Por qué padezco la extraña enfermedad que ha arruinado mi vida? ¿Cómo enfrentarme a la reacción de Paulina?
No podría imaginar mi mundo, mi vida, sin ella. Lo es todo para mí desde que éramos unos niños. Entonces ya la amaba y sé que, ella, me amaba también.
Recuerdo las primeras cartas que le escribí. No estaba seguro de querer enviarlas ya que Paulina conocía mi forma de escribir. Sabía que no soy capaz de mantener en línea mis letras, mis frases. Me ocurría desde que era un niño y por más que mi padre me ponía en manos de los expertos, no había forma de que se enderezara mi escritura.
Ahora que ha pasado el tiempo y que voy a estar unos días en ese idílico rincón de la campiña inglesa en el que mi amada prima y su madre, la tía Adelaida, viven largas temporadas, intentaré, estando en su compañía, practicar con tranquilidad unas líneas y tal vez consiga escribir con cierta corrección.
Pero realmente no es eso lo que me preocupa, claro que no. Mi amor por Paulina me llena de ilusión pero al mismo tiempo de temor.
Voy a comenzar una serie de cambios en mi mansión de Londres. Reconozco que para la exquisita sensibilidad de mi hermosa prima puede resultar un lugar lóbrego y deprimente y no puedo permitir que Paulina se sienta incómoda de ninguna manera.
Todo esto me lleva a recordar algunos momentos de mi infancia cuando miss Paulina Tremayne y su madre, mrs Tremeyne nos visitaban en Rive Ravens Mansion.
Le gustaba jugar a esconderse de la familia cuando venía de visita con sus padres y yo por supuesto, acompañaba sus juegos y participaba muy gustoso de ellos.
Sus visitas eran casi siempre al atardecer, mi padre insistía en invitarnos a un delicioso refrigerio que era muy del gusto de Paulina y su madre.
Recuerdo, cuando period un niño, mi fascinación por los cuervos. Por eso rebauticé la oscura mansión de Londres con el nombre de ‹‹La mansión del paseo de los cuervos››.
Mientras mis padres vivieron, la gran casa period conocida como ‹‹La mansión Markus››.
Sus negras alas extendidas se movían mecidas por la suave brisa que provenía del cercano lago mientras contemplaba las últimas luces del atardecer. Ese lago que visitaba cuando iba de vacaciones con mis padres y que se encontraba en el norte, en Escocia.
Era el hogar de mis antepasados. El castillo, la casa solariega cerca del lago que he mencionado con sus hermosos cisnes blancos cuyas fantasmagóricas figuras se reflejaban en las cristalinas y apacibles aguas y la persistente niebla que caía y que los envolvía como en un sueño relajante provocado por el opio. Allí fui feliz hasta que conocí el horrible secreto que ha maldecido a mi linaje desde hace siglos.
En Rive Ravens Mansion viviré con Paulina cuando nos casemos y espero que sea muy pronto. Además me he prometido a mí mismo que la llevaré a París de viaje de novios. De modo que me reuniré con ella en el lindo cotagge de mi tía y allí hablaremos de nuestro futuro enlace mientras paseamos por los verdes caminos bañados por la luz de la luna.
No puedo pasear durante el día. Apenas puedo soportar la luz del sol.
Es una de las consecuencias de mi extraña enfermedad que en realidad no es una enfermedad, sino la más horrible y oscura maldición que un ser humano puede sufrir en este mundo.
Aunque debo empezar desde el principio cuando mi querido padre, unos meses antes de morir, me pidió que leyera su diario en el que explicaba una serie de circunstancias difíciles de comprender.
‹‹El terrible secreto es la maldición que ha llevado mi familia a ocultar su origen durante siglos, durante décadas.
Mis antecesores tuvieron que vivir con el estigma de ser diferentes al resto de los mortales.
La maldición de la sangre”, lleva consigo que los varones señalados con la marca de La Reina de la Noche, padezcan la horrible enfermedad de los vampiros, esos seres sedientos de sangre que vagan por el mundo trayendo la mayor iniquidad que la Humanidad pueda imaginar.
Para mi desgracia y eterno dolor, mi queridísimo hijo David ha recibido la visita de La Reina de La Noche››.
Del diario private de Lord Arthur Percival Markus
Sí, La Reina de La Noche.
Ella vino a buscarme una noche de luna llena de agosto para darme su beso de sangre.
Period un niño. Un muchacho que solo pensaba en jugar, en vivir aventuras, en conocer, aprender, escuchar y soñar con Paulina.
La Reina de La Noche La Dama de La Noche, una criatura absolutamente fascinante que despertaba por la noche cuando había luna llena en verano, y desprendía un olor excitante que me atraía a sus labios como el néctar de las hermosas flores atraían a los insectos.
Este nombre tan inquietante lo tomó de una planta que por la noche se abre y su flor expele un olor irresistible. Así me atrajo hacia ella y así bebió de mi joven sangre para que la maldición de mi familia continuara conmigo: yo fui el varón elegido entonces y temo que si me caso y tengo un hijo, él sea su nueva víctima.
He conseguido superar mi sed de sangre humana bebiendo de la sangre de animales muertos que me traen del matadero. Este es mi secreto más horrible y humillante. Pero puedo pasar más desapercibido debido a que mucha gente de la alta sociedad de Londres que padecen tisis, van allí en persona a beber la sangre de las reses sacrificadas les envían el líquido a sus domicilios, como es mi caso.
Cuando pienso en Paulina e imagino que ella pudiera conocer este hecho tan ominoso, me desespero.
Sin embargo, al leer una de las cartas que me escribió no hace mucho, mi alma se siente más elevada y todo el fango que la cubre a raíz de mi maldición parece disolverse como polvo en el aire.
‹‹Mi querido David, eres ahora mi prometido y yo soy la mujer más feliz del mundo.
Me has hecho hermosos regalos. Pero el más especial es el de tu corazón.
Estoy muy emocionada por nuestra visita al adorable París. Sabes lo mucho que deseo conocer esa gran ciudad. Partiremos después de la ceremonia y del cóctel que ofreceremos en el elegante hotel Russell en el distrito de Bloomsbury.
¡Es todo tan maravilloso! Mamá está muy recuperada y contenta, aunque sigue pensando que eres un caballero muy excéntrico y singular.
Le he dicho que no se preocupe porque yo sé que me amas con todo tu corazón y tu alma como yo te amo››.
Cuando tomo en mis manos sus cartas, acaricio el suave papel y aspiro el tenue pero delicado aroma, y la imagino escribiendo sentada en su escritorio con el hermoso cabello castaño brillando con los rayos de sol del mediodía.
Ahora me viene a la mente una de las cartas que me escribió antes de comprometernos.
Se encontraba un tanto desconcertada por el regalo de un diario que contenía fotografías e ilustraciones de señoritas que actuaban en teatros y cabarés. También había ilustraciones de conocidos monumentos como la Torre Eiffel.
Paulina es muy inocente y eso es uno de los alicientes que me hacen amarla aún más.
‹‹Querido primo David, muchas gracias por tu regalo del precioso diario que has adquirido en París aunque te confieso, que sus fotografías me resultan, cuanto menos, desconcertantes.
Prefiero no enseñárselo a mamá. Supongo que es regular entre caballeros de la alta sociedad, estas excentricidades››.
Hubiera deseado llevarla a mi propiedad en Escocia, a la gran casa solariega, pero me trae amargos y detestables recuerdos de lo ocurrido y deseo estar con Paulina en lugares alegres, llenos de gente, bulliciosos, con luces, grandes lámparas, orquestas, música y bailes, hermosos carruajes. Deseo que experimente la dicha de sentirse viva y a mi lado y yo me contagiaré de su felicidad y de su energía. Dedicaré toda mi vida a amarla, cuidarla y protegerla.
¡Ojala que el destino no se muestre aciago a mis deseos y me permita disfrutar de mi matrimonio! No quiero morir después que ella. Porque aunque sufro esta enfermedad maldita, soy mortal. La Reina de la Noche tuvo compasión de mí y me evitó que vagara por las inmensidades del tiempo en perpetua soledad y búsqueda de vidas de las que alimentarme.
Sé que, Paulina, llegado el momento, podrá ser la que redima mi alma y la atraiga a la luz, apartando para siempre la oscuridad que la ha cubierto desde hace mucho tiempo.
Pero tengo que dejar de escribir. Llega el amanecer y debo recluirme en esta casa. Por la tarde saldré a tomar el aire y pasearé para despejar mi mente y respirar un poco de aire.
Tengo que convertir este caserón en un lugar hermoso como el cottage de la tía Adelaida en los Cotswolds en Bibury, Cirencester. Allí paseé con Paulina bajo la luz de la luna y le declaré mi amor.
Ilustración de Rafa Mir
También he caminado solo durante horas y he encontrado cuervos con los que he compartido mi paseo. He caminado entre ellos. Espero y deseo con toda mi alma que los que se posan en las ramas peladas de los árboles cercanos a mi casa, no vuelvan a posarse nunca más.
No los odio. Han sido y siguen siendo mis compañeros. Pero, me recuerdan que mi naturaleza debe seguir su curso y también me recuerdan que Paulina puede cambiar esa naturaleza con su bondad, su fortaleza y su entregado amor.
Paloma Muñoz
Este relato es propiedad de Mariola Díaz-Cano Arévalo. La ilustración es propiedad de David Aguilar Parque. Quedan reservados todos los derechos de autor.
La sangre de las hadas.
—Il lupo…
—La fata Morgana…
Mostró una sonrisa que su rostro amoratado convirtió en una mueca deformada. Reprimí la emoción y la furia por verla así. Habían pasado ocho años.
—Non ti mouvere, ti prego —dije cuando quiso incorporarse.
—Sto bene, tranquillo, ma… no tengo el aspecto de un hada.
—Tu sei sempre bella.
—Non ti credo, ma è difficile trovare un lupo buono come te.
—También es difícil que siga hablando en italiano.
—Pues lo recuerdas muy bien.
Otra sonrisa. Dejé de ver el apósito en su cuello, las rozaduras en sus manos, su pelo castaño revuelto. Seguía siendo preciosa y meciéndose dulcemente entre el exquisito acento británico del inglés paterno y la expresiva entonación del italiano materno.
—¿De verdad eres amigo de ese policía?
—Bastante.
—Y suerte, porque llegué ayer.
—Por favor, siéntate. —Me indicó el borde la cama, pero negué.
—Debes descansar. Él ya te ha estado preguntando y a mí me han dejado entrar solamente porque tú lo has pedido.
—También me ha dicho que te hirieron hace poco. Mi dispiace…
—Yo siento mucho más esto.
Entonces se oyeron unos golpecitos en la puerta, que se abrió despacio. Se asomó una joven y enseguida se colaba una pequeña figura que, sin reparar en mí, fue directa hacia la cama. Era una niña de unos seis años, rubia y de ojos tan profundamente verdes como los de quien la miraron con ternura, y sin contener las lágrimas cogió el brazo que se extendió hacia ella.
—Mamma, mamma!
—È tutto a posto, tesoro. Non piangere.
Entonces la niña me vio y se sorprendió para susurrar cautelosa:
—Chi è? Sembra un lupo…
—Ma non avere paura, non è pericoloso. —Entonces su madre se dirigió a mí—. Lloyd, esta es mi hija Anna. Anna, saluda a mi amigo el señor Lloyd Hunter.
—Ah, certo! Un lupo cacciatore! Mi scusi… Hola, ¿cómo está usted?
—Ciao, Anna, come stai? Encantado de conocerte. —Me incliné y le di la mano, pero procuré no acentuar demasiado mi sonrisa. Lo último que quería period asustar a hijas de hadas que embrujaban igual.
1955 se había ido dejándome un agujero nuevo en el cuerpo y 1956 empezaba agrandándome el primero que me había alcanzado de lleno el corazón. Quien me lo hizo fue aquella reina de Avalon. Antes, en otras camas de hospital militar, nos hechizó a cuantos recibimos sus cuidados porque su belleza y sus maneras nos curaban todo. Yo, además, tuve la fortuna de poseerla.
—Me alegro mucho de verte, Lloyd —dijo desplegando otra vez toda su magia.
—Anche io, Morgan —respondí, otra vez hipnotizado.
—Ya me dirás de qué conoces a esa maravilla. —Phil Tucker borró la media sonrisa ante mi cara—. Bien, antes te cuento lo que ha pasado, aunque que conste que iba a hacerlo, pero como has llegado corriendo y…
—Al grano, Phil.
—Sí, pero de camino a comisaría. Mi jefe quiere verte. Me parece que vamos a necesitar tus servicios.
—No me jodas…
—Te aseguro que pedírtelos le va a joder más a él —dijo socarrón—, pero ocurre que tu amiga es la cuarta víctima en apenas dos semanas y la única que ha sobrevivido. Llevamos unos días de locura y ya sabes el pánico que cunde cuando hay más uniformes en la calle y la prensa sensacionalista saca colmillos más afilados que ese cabrón que las ha atacado. Escuchas y vuelves. Además, aquí está ese agente. —Señaló al circunspecto joven que se paseaba por el pasillo y que saludó muy formal.
Resoplé y me giré hacia la chica que había dejado entrar a la pequeña Anna. Parecía preocupada pero tranquila, y me sonrió amable cuando me acerqué.
—Perdone, soy…
—Lo sé. Morgan me ha hablado de usted, señor Hunter. Soy Lucy, hija de Albert Maxwell.
Le devolví la sonrisa y saqué una de las tarjetas de Tucker.
El capitán de Homicidios Sean Carmichael me period tan antipático como yo a él, pero nos tolerábamos por una misma razón: los casos especiales cuya resolución podía beneficiarnos a todos. A ellos, por mi trabajo que les ahorraba private; a mí, porque me compensaban derivándome potenciales clientes con pedigrí que buscaban máxima discreción, el último, Lavinia Lohr, a quien recordé como en un sueño. Pero esa ensoñación había sido siempre el hechizo de Morgan Violet Rochester sobre mí desde que la conocí. También por eso ni oí el saludo en forma de gruñido de Carmichael cuando entré en su despacho detrás de Tucker, ni vi el gesto de comadreja del teniente Calvin Trass, su mano derecha, que solía acompañarlo hasta para mear mientras le soplaba sobre cualquiera que él considerara que no seguía los procedimientos de actuación supuestamente adecuados.
Carmichael me indicó una silla al otro lado de su mesa, llena de carpetas y periódicos de llamativos titulares, y esbozó una sonrisa torcida.
—Bien, Hunter, siempre encuentra usted algún lío donde sea, pero ya veo que está recuperado y ha pasado unas largas vacaciones en familia. Casi le hemos echado de menos por aquí.
—¿Qué quiere?
—De acuerdo. Era un asunto private y me alegro sinceramente de que su sobrina y usted estén bien.
—Gracias, pero antes de que siga, debo avisarle de que este también es un asunto personal y actuaré según mi criterio. Solo he venido a informarle.
—Sí, sabemos que conoce a la última víctima, pero por eso mismo lo hemos llamado, para que no se pase en lo personal como hizo en el caso de su sobrina. La oficina del sheriff en un pueblo perdido no es el departamento de policía de esta ciudad para ir imponiendo criterios.
—Entonces ya nos lo hemos dicho todo. —Y me puse de pie.
—Espere, por favor. Dejémonos de tonterías. Siéntese. —Lo hice por Tucker. Carmichael suspiró—. Este caso es insólito ¡y estos imbéciles están arreglándolo! —exclamó cogiendo y agitando un periódico cuyo titular era ¡Toque de queda en Cambridge por el vampiro asesino!”—. Ese cabrón es un psicópata un loco. Afortunadamente su amiga ha sobrevivido y sus datos nos ayudarán, porque el alcalde ya estaba amenazando con pedir cabezas. No hay nada en común entre las víctimas, salvo que son mujeres, y el legal está actuando en diversas partes de la ciudad también sin relación. Pero llenar las calles de agentes no funciona. Así que ahora vamos a desaparecer como él. Y ahí es donde debe colaborar usted.
—¿Debo? Carmichael, colaboro con ustedes, pero no por obligación.
—También se mueve peligrosamente por el borde de la ley.
—Que nunca he incumplido.
—Pero interpreta a su modo.
—Sin incumplirla —reiteré y levanté una mano para zanjar aquel diálogo inútil—. Le digo que este caso es personal. Estoy de acuerdo en que desaparezcan y contengan a la prensa con la información justa. Como ya se ha filtrado que la víctima ha sobrevivido —no evité mirar fugazmente al hierático Trass—, lo que podría ponerla en peligro de nuevo si ese cabrón está loco quiere acabar el trabajo, espero que se pueda mantener oculta su identidad. Y por supuesto no permitiré que se convierta en un cebo, por si ya se les había ocurrido. Yo me ocuparé de su protección.
—¿Va a actuar por su cuenta sin más equipo de apoyo? —murmuró Trass.
—No debería adelantarse a nada sin que lo sepamos —apostilló Carmichael.
—Informaré puntualmente al teniente Tucker. Si doy con esa alimaña, procuraré cazarla viva y entregársela, pero si tengo que matar, no dudaré. Ya saben lo más importante. Y ahora dejemos de perder tiempo. —Me levanté, pero Carmichael quiso sentenciar:
Fui a casa por si necesitaba algo más para lo que había pensado. Pero no: refrigerador lleno, comodidad suficiente y, sobre todo, que yo vivía en Revere, un barrio apartado con el océano al lado.
Había llegado el día anterior después de la convalecencia en Midtown. La alargué por Navidad y Año Nuevo, por descansar de los frenéticos últimos meses y estar con mi familia. Y claro, regresé con pereza en un viaje más tranquilo que el de ida y con intención de no pasarme por el despacho hasta closing de semana. Pero Tucker llamaba esa tarde.
«Es inglesa y se aloja con los Maxwell, ya sabes, la familia del famoso profesor universitario de la que por lo visto es amiga. Ha venido a un congreso internacional de enfermería y volvía de la primera jornada al anochecer. Pero lo sorprendente es que ha mencionado tu nombre cuando le hemos preguntado si conocía a más gente aquí».
Yo había colgado y volado al hospital.
Todavía no me había enterado bien de la psicosis desatada por los violentos ataques a tres mujeres a las que alguien había golpeado y matado a causa de lo que los forenses describieron, aparte de estrangulamiento, como heridas en el cuello por un fiero mordisco. Un increíble destino había puesto a Morgan en aquellos sangrientos sucesos. Decidí llevar a cabo mi plan con sin el acuerdo de los Maxwell y antes de volver al hospital me pasé por su lujosa casa de estilo victoriano en el barrio de Cambridge. El ataque a Morgan había ocurrido en un callejón entre la alta verja del extenso jardín y el edificio colindante, un sitio lo bastante escondido como para que alguien hubiese visto u oído nada, más en una zona residencial como aquella que, aunque no hubiera sido muy tarde, al anochecer aún estaría más desierta.
Albert Maxwell, profesor en Harvard, viudo y con tres hijos, period una autoridad nacional en Literatura Inglesa del siglo XIX. Y a su nivel, pero en Europa y experto en el Medievo, estaba su colega Arthur Rochester. Se habían conocido en el forty three, cuando Rochester se había trasladado desde Inglaterra para intentar una nueva vida tras quedar viudo también. Morgan decía que su padre, de nombre y apellido tan literarios y románticos, solo podía ser cómo y lo que era. Pero primero fue corresponsal de prensa en la Gran Guerra, viajó por Europa y recaló en Italia, donde se quedó un tiempo en Milán al ser herido y conocer en el hospital a una bellísima enfermera llamada Marietta. En seis meses se casaba con ella y la llevaba a Inglaterra, donde consiguió un puesto de profesor en la universidad de Londres y ella dejaba su trabajo para criar a la única hija que tuvieron. Y un hombre llamado Arthur y nacido en Glastonbury no dudó en bautizarla como Morgan y coronarla como hada reina de su Avalon explicit.
Así que la niña heredó dos idiomas, el amor por los libros y las manos curativas de su madre. Años después también siguió sus pasos y period enfermera junto a ella en Londres durante una segunda guerra mundial, pero la perdía por unas fiebres infecciosas. El padre, devastado, decidía cruzar el Atlántico y establecerse con la hija en Nueva Inglaterra, naturalmente. Y muchos soldados heridos que volvían, sobre todo mutilados con problemas de movilidad, hacían escala allí en Boston para recuperarse antes de regresar a sus hogares. En otra coincidencia del destino uno de aquellos soldados fui yo, que aunque solo con una rodilla destrozada y la cara salpicada de marcas de metralla, necesité unas semanas para andar otra vez antes de marcharme a casa un poco más tarde que los ataúdes de mis hermanos.
El primer día que vi a Morgan olvidé la tristeza por ellos, la guerra, la rodilla e incluso mi cara. El segundo, olvidé el mundo al escucharla contar historias. El tercero, nos habíamos enamorado todos, particularmente los de sangre italiana. El cuarto, ninguno queríamos irnos, y el quinto, no podía creer que aquella maga viese mi cara pero me mirara como lo hacía. Cuando me marché, caminaba con un bastón en la mano, las suyas por mi cuerpo y las de los demás queriendo matarme de cien maneras. Cuando me despidió la besé seguro de que si había sobrevivido había sido solo por conocerla y tardar apenas un año en volver para querer tenerla ya siempre cerca. Los siguientes dieciocho meses fueron los mejores de mi vida, hasta que su padre quiso regresar a Inglaterra y ella, que lo adoraba y era su única familia, lo acompañó. Yo acepté que también fuese él el único que me la quitara y simplemente me despedí con un «aquí estaré», incapaz de reprocharle nada.
De vuelta al hospital el agente me dijo que Lucy Maxwell se había marchado ya con Anna y el médico acababa de entrar a ver a Morgan. Cuando salió, me identifiqué y le pedí permiso para quedarme con ella, pero me dijo que no era necesario. Morgan se había torcido levemente un tobillo, tenía abrasiones en brazos y piernas y la herida en el cuello afortunadamente había sido superficial porque ella se había defendido; pero la mantenían en observación por los golpes en la cara y la cabeza. Estaba asustada pero tranquila, y que fuese enfermera ayudaba mucho. Yo le pedí al médico que le preguntara y después me dejaba entrar.
Morgan estaba mejor.
—Ver a Anna me ha animado mucho —dijo—. Y tú. Pero no tienes que quedarte. Todo el mundo ha querido hacerlo y les he dicho que no.
—Yo no soy todo el mundo.
—Eso es verdad —sonrió.
Entonces sí me acerqué para sentarme en la cama. Ella me cogió la mano entrelazándome los dedos y apretándolos, pero me mostré firme en no caer fulminado.
—¿Y tu padre? —pregunté.
—Le he suplicado a Albert que no lo llame. Estoy bien.
—¡Pero si han podido matarte!
—No te enfades, por favor. Tú no… —Bajó los ojos—. Sé que debería haber tomado un taxi, pero hacía tan buena noche y la boca de metro está cerca. Todo estaba tranquilo.
—Escucha, ahora me voy a quedar quieras no, y después os vendréis conmigo.
—No, Lloyd, eso…
—Parla il lupo cattivo?
—Sí, el peor.
Se rio y yo también tuve que hacerlo para aliviar la tensión.
—¿Y puedo pedirte otro favor?
—Prueba.
—Albert y Lucy están siendo maravillosos, y con lo que ha pasado y cómo se han ocupado de Anna… Pero tienen que trabajar y simplemente te pido que mañana vayas a buscarla. Le he hablado de ti. Me ha costado encontrar un cuento con lobos buenos, pero al remaining he recordado a Akela y, bueno, ya la tienes en la manada.
Asentí, pero entonces se puso muy seria.
—¿Qué? —Me alarmé.
—Es una sensación solamente y por eso no le dije nada a tu amigo policía. No pude ver a ese hombre porque apareció de la nada y por detrás. Tampoco habló, pero desde luego period muy fuerte y me golpeó para aturdirme y arrastrarme por el callejón, donde me tiró al suelo. No pude ni gritar.
—No es necesario que me cuentes nada. He leído el informe —la interrumpí.
—Espera. Déjame recordar. Creo que iba embozado con sombrero, y llevaba guantes, pero pude agarrarle las muñecas y el tacto de la piel era rugoso, como de quemaduras cicatrizadas. Fue cuando quiso morderme, pero al sentirle ya los dientes en el cuello, le arañé y él aflojó la presión. Entonces pataleé como me enseñaste una vez y pude girarme un poco, pero de pronto él me soltó y huyó corriendo.
—¿Pudiste verlo entonces?
—No, y, por suerte, pude llegar por mi propio pie y enseguida Albert llamó a la policía y me trajo aquí. Pero con lo que me quedé fue con esas marcas, su comportamiento y reacciones. Quizás sea un loco, pero también podría sufrir porfiria.
—¿Porfiria? ¿Esa no es la enfermedad de…?
—De los vampiros, sí, así se la conoce —dijo—. Es rara y suele ser hereditaria, pero puede producir hipersensibilidad a la luz que causa esos daños en la piel, y también trastornos de personalidad según el tipo, si hay factores externos como abuso de alcohol. Hay un tipo especialmente grave donde los daños cutáneos pueden deformar terriblemente los rasgos faciales. Si ese hombre la padece, podría haberse trastornado mucho, pero ya te digo que son solo impresiones. —Entonces suavizó la expresión para medio bromear—. Sabes también que los vampiros se llevan mal con los hombres lobo.
—Ya, pero los vampiros también se convierten en lobos, ¿no? —La imité—. Venga, será mejor que te duermas ya. Voy a telefonear a mi amigo. —Me quise levantar, pero Morgan no me soltó.
—No avises a mi padre, por favor.
—Debería saberlo.
—Yo lo haré. De verdad. —Asentí y ella apartó la mirada—. Quería llamarte después del congreso. Es el primer viaje de Anna y…
Entonces se le humedecieron los ojos, me cogió la mano con las suyas y noté su temblor antes de inclinarme para abrazarla y verme con la cara hundida entre su pelo y el cuello herido que tantas veces le había besado. El mismo olor y suavidad, mi mismo deseo. Volver a verla era lo último que hubiese imaginado. Hablé para no asfixiarme:
—Tranquila… Siente el miedo, es bueno. Y lo que me enseñaste tú a mí es que solo existe el momento, y ahora el momento es este.
—Debí haberte llamado antes, pero temía que no quisieras verme ni…
—Te dije que estaría aquí y aquí sigo.
Se apartó y me miró llorosa.
—Perdóname, Lloyd. Sé el daño que te hice al marcharme y aún lo he lamentado más.
—Morgan, el momento es lo que importa.
Entonces mi estómago se quejó. Estaba hambriento, aunque me sentía descansado. Salí. Debía de tener un aspecto deplorable porque el agente de guardia, que había llegado ya, me miró compasivo. Desayuné en una cafetería frente al hospital y luego fui a casa para darme una ducha, afeitarme y cambiarme de ropa. Más tarde aparcaba frente a la verja de la casa de los Maxwell y me sorprendió que me abriera el propio Albert Maxwell, pero me sorprendió más ver a Anna que, sentada en una silla del vestíbulo, se levantaba y venía casi corriendo para ponerse a mi lado con el gesto inquieto.
—Vaya, esta señorita estaba muy impaciente —sonrió cordialmente Albert Maxwell. Era alto, de pelo entrecano, rostro alargado y ojos muy azules y brillantes. Mediaba los sesenta y derrochaba clase y atractivo que le intensificaban sus muy caros zapatos negros y elegante traje marrón de tweed. Me estrechó una mano firme—. El señor Hunter, ¿verdad? No sabíamos que Morgan tuviera aquí un amigo tan bueno como nos ha dicho que es usted. Es horrible lo que ha sucedido. Por favor, entre.
—Buenos días. Ciao, Anna. Gracias, pero no quisiera entretenerle. —Di dos pasos y él cerró la puerta.
—En absoluto. Mis clases son más tarde y a mis alumnos no les importará si me retraso. —Se rio y aún sonó más encantador, pero a la vez Anna me cogía la mano sin decir nada.
—Aun así probablemente Morgan nos esté esperando ya.
—¿Cómo está? ¿La ha visto?
—Sí. Ha pasado buena noche.
—Bien. Seguro que enseguida podrá salir.
—A propósito de eso, ya le he dicho a ella que quiero que se vengan conmigo.
—Oh, ¿por qué? —El encanto se le esfumó.
—Por favor, tómelo como una medida de seguridad. Por supuesto que aquí…
En ese momento se oyeron unos crujidos muy por encima de nosotros, como pasos por un suelo de madera. Anna me apretó la mano y Maxwell recuperó la sonrisa mirando también hacia arriba.
—Esta casa necesita un buen arreglo que quiero hacer en primavera. Desde 1897 ya ha pasado tiempo, así que han venido a echarle un vistazo. Pero dígame, ¿Morgan quiere marcharse con usted? Este es un barrio tranquilo y tienen toda la seguridad. Los policías que vinieron lo comprobaron. No podría abusar de sus servicios de vigilancia exclusivamente, claro, pero pagaré la seguridad privada necesaria —dijo aquello mirándome fijamente. Yo sonreí pero no con los ojos.
—No lo dudo, pero se trata de discreción. La prensa sabe que Morgan sobrevivió, aunque no su identidad, pero han publicado fotografías del lugar del ataque y podrían enterarse de todo en cualquier momento, y Morgan volvería a estar en peligro. Alejarla solo significa precaución. En cuanto a mí, además de buen amigo, colaboro con la policía. Puede consultarles.
—No me convence mucho, la verdad. Preferiría que nos lo confirmase ella, ya que además se empeña en no avisar a su padre.
—Lo sé, pero por supuesto pregúntele. Y ahora, si me disculpa, nos marchamos ya.
Y sin darle tiempo a más, abrí la puerta haciendo salir a Anna. Nada más arrancar el coche, la niña me miró:
—Mi madre cube que eres como Akela.
—No, él es más sabio y valiente. —Sonreí.
—Pues sí pareces valiente.
La miré brevemente y seguí viendo inquietud.
—Creo que no. ¿Por qué?
Morgan miraba por el ventanal apoyada en una muleta. Anna se abrazó a ella con más emoción que el día anterior y yo fui claro:
—Bien, si te encuentras con fuerzas, nos vamos.
—¿Por qué? Tesoro, ¿qué ha pasado?
Anna se había mantenido serena antes al contármelo, pero ahora no evitó unas lágrimas más de alivio por que yo la había creído que de temor. Morgan la calmó sentándola en su regazo y abrazándola. Yo aproveché para llamar a Tucker, que aparecía veinte minutos después.
Anna se había acostado pronto la noche anterior tras cenar muy poco, aunque Morgan le había pedido que comiese y continuara obedeciendo a Lucy y Albert. Seguía muy asustada y estar sola en esa enorme habitación que compartía con su madre en aquella casa tan grande aún la había atemorizado más. Lucy era muy simpática y se había quedado con ella para asegurarse de que se dormía en esas dos noches. La primera, Anna había caído rendida por el miedo y el llanto, pero esa segunda noche la despertaron unos pasos por el pasillo. Sería Lucy, el señor Albert, y por eso volvió a cerrar los ojos. También estaba cansada, pero haber pasado la tarde con su madre y saber que tenía más amigos la habían tranquilizado. Entonces oyó que abrían la puerta muy despacio, pensó que Lucy quería comprobar si se había dormido y asomó un poco la cara por encima de la sábana. Entró una rendija de luz y también una figura sigilosa que no period Lucy.
Anna sabía que en la casa trabajaban una cocinera y un jardinero, pero no vivían allí. También había conocido a Madeline, la hermana pequeña de Lucy, que había venido el día que llegaron para saludar a su madre, pero Madeline no vivía allí tampoco. La figura se quedó parada un momento y Anna distinguió entonces que llevaba algo que le ocultaba parte de la cara, como una bufanda un pañuelo grande, y decididamente period un hombre, pero no el señor Albert. Cerró los ojos cuando la figura se giró hacia ella, y luego sintió que se acercaba despacio hasta los pies de la cama, donde se detuvo otra vez. Anna pudo oírle la respiración y supo que la estaba observando. Permaneció inmóvil y la figura siguió observándola unos segundos más, luego se movió igual de silenciosa para marcharse. Anna ni siquiera oyó cerrarse la puerta y no se atrevió a moverse hasta que la tensión la venció. Por la mañana se levantaba muy temprano, pero no quiso decir nada cuando Albert le preguntó por la cara tan seria que tenía.
—No sé. Los niños son muy impresionables. Quizás vio una sombra la imaginó —dudó Tucker cuando salimos fuera tras escucharla.
—¿Y coincidir en la descripción con su madre si ella no le había contado ningún detalle así? Ni siquiera os lo había contado a vosotros. Y me han mentido muchas veces mejor que Maxwell hace un rato —dije.
—Entonces…
—Entonces tenemos dos opciones: ese tipo huyó pero se escondió para saber qué pasaba con Morgan y ver que en realidad iba a aquella casa, con lo cual se encontró con la suerte de localizarla, tiene que ver con los Maxwell. Y siento que eso me parezca lo más probable, aunque no sé de qué manera.
—Si es así, habría que estar muy seguros. Maxwell es un pez muy gordo en los círculos académicos de medio país y sabes que Carmichael está esperando ese paso en falso.
—¿Qué tenéis de él?
—Nada, ni una multa de tráfico, y el resto de la información es pública, al menos en su profesión.
—Yo no sé mucho más, pero hablaré con Morgan, y también de los otros casos. Quizás pueda ver algo que no se nos ocurre.
Entonces Tucker recuperó su tono socarrón.
—Sí, ver sí que parece haber visto cosas ocultas de ti, no tan ocultas, más que nada porque te estás comportando como un…
—Ya lo sé.
— sea, que ¿hablamos de lejanos y reencontrados asuntos de entrepierna es que en realidad somos unos sentimentales?
—¿Tú qué crees?
—Me parece que los dos porque no me has mandado a la mierda todavía. Vaya, vaya… Y deduzco también que debiste de pasarlo tan bien como mal por esos ojos verdes.
—Por eso es evidente por qué tú eres poli y yo no.
—Vale. Ya me callo.
Morgan habló por teléfono con Albert. No pudo pensar que existiera la posibilidad de que aquel intruso tuviera que ver con él su familia, pero había creído a Anna y se había asustado tanto que no dudó en alegar la mentira — media verdad— sobre una nueva pista descubierta que daba más razón a su traslado conmigo. Esa misma tarde, y aunque con cierto desacuerdo, el médico la dejaba marcharse. Morgan podía andar despacio, sujeta a mi brazo y con Anna de la otra mano. Las ayudé a subir al coche y fuimos a casa de los Maxwell.
Albert estaba disgustado, pero Lucy, más comprensiva aunque también con menos amabilidad, lo entendió y pronto tuvo dispuesto el equipaje que metí en el maletero. Morgan se disculpó muy abatida, les reiteró su confianza en mí y les aseguró que la policía estaba detrás de aquel movimiento. Albert lo había comprobado al hablar directamente con el capitán Carmichael. Este, informado por Tucker, por una vez y aunque nada conforme con que ahora una niña hubiera visto un fantasma, decidió seguir dando carrete, ya que no había habido más ataques. Pero también porque pensamos que vio unos titulares mucho más impactantes y beneficiosos para él si el supuesto vampiro resultaba ser alguien de renombre.
Cuando llegamos a mi apartamento ya había anochecido. Las instalé en mi habitación, donde la cama period lo suficientemente grande para las dos. El cuarto de baño estaba dentro, así que también sería más cómodo para ellas. Yo tenía de sobra con el sofá cama del salón que había comprado cuando me mudé allí y por mis sobrinos, que, con la interminable playa de Revere a un paso, habían disfrutado mucho en sus visitas. Después salí para traer comida italiana de Cecchini’s y comprobaba también que Tucker había enviado al agente del hospital para darse una vuelta.
No pude recordar la última vez que me había sentido como esa noche. Comimos, hablamos, reímos y olvidamos. También desaparecieron vampiros, fantasmas, sombras y oscuridad, dolor recuerdos, y únicamente existieron las dos hechiceras. Las mandé a dormir pronto, pero antes hice prometer a Morgan que llamaría a su padre al día siguiente. Al quedarme solo, me desplomé en el sofá y quise permitirme un whisky. No sé en qué momento Morgan me despertó y pensé, como Anna, que estaba soñando con los ojos abiertos, sobre todo cuando se sentó sobre mis piernas y me tocó la cara.
—Grazie mille.
Continúa en la página de Lloyd Hunter, en el Rincón Literario de mi web, INGLÉS A TU AIRE.
Género: Fantasía urbana
Este relato es propiedad de Olga Besolí. Las ilustraciones son propiedad de Marta Herguedas. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Reencarnación.
Yo fui aquel en cuyos dominios ningún invasor pudo nunca llegar a poner su pie. Aquel, cuyo ejército supo sofocar el horrible avance del imperio otomano sobre Europa. Aquel, bajo cuyo reinado nunca nadie osó sublevarse y cuya autoridad fue temida y respetada, tanto por la plebe como por la nobleza.
El cáliz de oro que deposité en medio de la plaza siguió allí, sobre la fuente, en los años que duró mi existencia terrenal. Todos pudieron utilizarlo para beber. Todos, sin excepción. Hasta yo lo hice. Nadie intentó nunca robarlo.
El respeto y el miedo al dolor que infundí sobre mi propio pueblo ante la mentira y la traición es el mismo que infligí sobre el enemigo sin piedad ni compasión. Utilice el empalamiento como medida redentora de las almas y disuasoria de las maldades. Ladrones, infieles y usureros se mantuvieron inactivos mientras viví. Ejércitos enteros de enemigos fueron clavados en estacas anunciando la espantosa muerte que les aguardaba a los que pretendieran entrar en mis tierras. Desayune más de una vez frente al bosque de estacas sangrantes y cuerpos agonizantes para que todos fueran testigos de que no había flaqueza alguna en mí. La debilidad es el cebo con el que se alimenta el espíritu del enemigo. Yo miné ese espíritu hasta convertir a los turcos en roedores asustados ante mis muros de despojos humanos. Yo salvé los tres reinos de ser tomados por los infieles; a los pueblos de los Cárpatos de ser destruidos, a todas sus gentes de perder todas sus posesiones para luego ser quemadas vivas. Y lo hice instaurando el terror y la justicia como nunca antes se había hecho, pero con todo el dolor del alma.
Mi espíritu no era tan oscuro como todos creían. No obtuve placer ninguno en torturar y matar. Contaran lo que contaran las leyendas sobre mí, hubo un tiempo en que mi corazón latía y mi sangre no estaba maldita. El corazón está hecho para el amor y no para el odio. Y yo amé mucho más de lo que llegué a odiar. Aunque fuera mi propia sangre la que me traicionara. La sangre… es tan fuerte, tan poderosa… No, no soy el monstruo despiadado que todos pensaban que fui. Hice lo necesario para salvar al pueblo del enemigo invasor; lo imprescindible para salvar a las gentes de su propia maldad. Yo fui el salvador de mi pueblo y en mi región me siguen recordando como un héroe. Yo fui Vlad Draculea, príncipe de Valaquia, señor de Transilvania y liberador de Moldavia.
Y para Cnaejna, mi princesa esposa, lo fui todo: señor, marido, amante, amigo y confidente. Nos amamos en lo bueno y en lo malo y no perdió la esperanza hasta el día en que mi hermano Radu, vil marioneta de los turcos, llevó mediante engaños a una avanzadilla de infieles a las puertas mismas de mi castillo en Transilvania. Mi querida princesa no pudo más que arrojarse al afluente que, desde entonces, es llamado Râul Doamnei, el río de la dama.
Mi alma lloró tan amargamente su pérdida que sólo pude arrancar el dolor de mi pecho vengando su muerte allí mismo, en medio de la plaza. Alcé con mis propias manos ese mismo cáliz de oro que había depositado sobre la fuente hacía tantísimos años, pero esta vez no estaba lleno de pura agua fresca de la fuente, sino de la negra sangre de la traición, la sangre todavía caliente de mi hermano, cuyo cuerpo yacía decapitado bajo mis pies.
Bebí y todo el pueblo fue testigo de cómo renuncié a Dios y a la fe católica que había adoptado y que me había acompañado en infinidad de batallas y victorias. Y con ello me desprendí también de la vida mortal y de la muerte. Cerré mis puertas al cielo y al infierno, pues me había sido arrebatado todo aquello que me importaba, y me juré a mi mismo que vagaría por este mundo hasta recuperarla, a mi princesa, a mi corazón.
Cuando se produjo el cambio, murió el hombre en mí y nació el monstruo. Mi corazón dejó de palpitar y la sangre se detuvo en mis venas. El shade desapareció de mi rostro, el dolor abandonó mi cuerpo y mi mente se liberó del cansancio. Mi vista se agudizó. Mis oídos se afinaron. Mis dientes se afilaron y una sed, antes desconocida para mí, se apoderó de mi voluntad. Fuera de mí, ataqué a cuantos se hallaban presentes y con ello expandí mi maldición a través de las mordeduras que les causé y la sangre que de ellos bebí. La sangre, es tan dulce… Ellos fueron mi primera legión contra el mundo, contra el Dios que me lo quitó todo. Pero aún con el sabor de la sangre en mi boca, mi piel empezó a abrasarse bajo la luz del amanecer. Tuve que huir y ocultarme entre las sombras. En ellas me he refugiado desde entonces.
En estos ochocientos años he visto de todo. Se ha hablado mucho de mí, pero casi nada de lo que se ha contado es cierto. Algunos me pintaron como un ser deforme, una especie de engendro que se transforma en un animal, en un murciélago. Eso no es cierto. Mi porte es el mismo que tuve cuando fui un gran guerrero. Como ves, mi nariz es aguileña, mis ojos grandes y oscuros, mi cabello largo y ondulado. Soy el hombre que fui, pero también soy un ser inmortal, un demonio que domina los elementos y las bestias que acompañan a la noche. Mi carne se desgarra cuando la cortas y mis huesos se fracturan cuando los golpeas. Pero mis miembros cortados crecen de nuevo, las heridas se cierran y los huesos se recomponen durante mi sueño diurno. Hay una única forma de matarme y es atacando al corazón muerto que anida en mi pecho. Ese que dejó de latir la noche en que te perdí, en que la perdí a ella.
Por eso te explico lo que soy. No estoy vivo y, sin embargo, no muero. Soy un no-muerto que infecta con su sangre maldita a sus víctimas. Soy un prison. Ahora mato y siento placer con ello. Y mi odio supera con creces lo que nunca sentí. Siglos enteros de rencor pudren todo lo que tocan.
Pero una luz se abrió en mi camino, cuando te vi. La vi y te reconocí a ti en ella. El siglo XIX trajo ante mí a la esposa que me fue arrebatada hacia cuatrocientos años. Respondía al nombre de Mina. Mi esposa guerrera y fuerte era ahora una joven londinense, frágil y pálida, pero sus ojos encerraban toda la pasión dentro de ellos. Con tan sólo tocarla nos recordó, y también a las frías aguas del rio en el que se ahogó.
No llegué a desposarla pues la maldad del hombre volvió a interferir y el destino quiso separarnos de nuevo. Ellos la mataron. Ese maldito Van Helsing le clavó una estaca en su corazón cálido y separó su preciosa cabeza de su cuerpo.
Perderla de nuevo me volvió loco. Aquella misma noche salí, acompañado de lobos y ratas, a masacrar a los habitantes de Londres, a destripar prostitutas, a arrasar con familias enteras. Pero terminé sentado, exhausto y derrotado, en la taberna The Angel & Crown, para contarle la horrible historia de mi vida a un escritor fracasado llamado Stoker, que solía acudir allí todas las noches en busca de inspiración y bebía hasta la madrugada. Hice mal al revelarle quién y qué era. Publicó mi vida de forma distorsionada y ese libro me persiguió a partir de entonces.
El guerrero que fui se convirtió para las gentes, de la mañana al día, en un conde con capa negra, capaz de convertirse en murciélago y con una incomprensible aversión a los ajos. Pero eso sólo fue el principio de la pesadilla que estaba por venir. La banalidad de la diversión se apoderó de las gentes del siglo xx y mi persona pasó a ser un disfraz de Halloween, un muñeco de la casa del terror, un monstruo más del panteón de la literatura siniestra, algo grotesco de lo que reírse y con lo que asustar a los niños.
Después de la novela de Stoker se escribieron otras muchas historias sobre mi vida, a cual peor, y todas ellas fueron maltratando mi imagen. Todo aquello que he sido y representado terminó convertido en un chiste de mal gusto. Me describieron como un monstruo deforme con colmillos, como un conde con capa negra, como un vampiro roquero que buscaba fama, como el hermano de un hombre lobo y, el peor de todos los casos, como un tonto y flacucho llamado Edward, al que le brillaba la piel al sol, que se enamoró de una humana insignificante e inadaptada. Con esa espeluznante caricatura de mí mismo inauguré el nuevo milenio.
Han pasado cien años desde entonces, un siglo entero en el que la estupidez se ha apoderado finalmente de la razón humana y los pocos dueños de este mundo os llevan a todos al matadero como si fuerais borregos. Ya no tembláis como hojas ante mi presencia, ni tampoco sois capaces de reíros como hacían vuestros abuelos.
Ahora, en vuestros textos holográficos, solamente soy una pobre víctima anónima más de una antigua enfermedad de la sangre incurable. En eso me han convertido los artistas de tu época, con el afán de seguir esa ley que os manda a todos y que no permite que nada altere el equilibrio y la paz reinantes.
Vivís en la falsa nube de felicidad que os proporcionan las drogas estatales que os suministra el Ministerio de Sanidad Pública, y aceptáis alegremente que os sometan y os utilicen como mano de obra free of charge. Trabajáis sin daros cuenta hasta reventar porque esas drogas os insensibilizan. Y, cuando retiran a vuestros muertos de en medio de la calle, os olvidáis inmediatamente de que alguna vez existieron.
En vuestro mundo no existe la amistad, ni el enemigo. No sentís dolor, ni miedo, ni amor, ni odio, ni nada que se le parezca. Pero esos sentimientos pueden volverse a despertar. Volverán a despertar en ti. Y recordarás.
Porque te veo a ti, con la cabeza rapada igual que los demás y con el mismo mono plateado de los Trabajadores del Estado y veo una cáscara vacía, un monstruo despojado de corazón y alma. Pero te miro a los ojos y, bajo las pupilas dilatadas que acompañan a esa sonrisa estúpida y grotesca que siempre muestras, la veo a ella, mi princesa guerrera, que el destino ha traído ante mí de nuevo.
Ilustración de Marta Herguedas
Sé que piensas que no me conoces de nada, que altero tu paz y que quieres que desaparezca de tu vida. Sé que no entiendes prácticamente nada de lo que te he contado ni por qué te he alejado de tu gente y te he traído a este paraje remoto, a esta construcción antigua y medio en ruinas, y mucho menos por qué te mantengo encerrada y te he quitado tus drogas diarias.
Y la respuesta es que lo he hecho por ti. En cuanto el efecto de las drogas se pase, en cuanto tu sangre vuelva a estar limpia, volverás a ser tú. La sangre… es tan importante… Volverás a recordar. Volverás a sentir. Todo lo que te he contado sobre mí, sobre nosotros, adquirirá sentido. La confusión de tu mente se desvanecerá como la niebla que cubre el río Râul Doamnei. Y entenderás. Sabrás por qué yo he vagado por los mares del tiempo hasta que la sangre humana se ha vuelto imbebible. Hasta que el espíritu del hombre se ha destruido. Hasta que las guerras y la pasión han desaparecido de la faz de la tierra y solo quedan el hastío y la soledad. Entonces me pedirás, me suplicarás que unamos nuestras sangres y volvamos a ser uno, como hace siglos, pero esta vez para siempre.
Y aunque carezcas de nombre porque el Estado Mundial prohíbe su uso, yo te devuelvo el que siempre te ha pertenecido, Cnaejna.
Estás en nuestro castillo de Transilvania, tu hogar. Estas tierras que contemplas desde la ventana de tu alcoba son todas tuyas y esas chimeneas que ves en la lejanía corresponden a las últimas aldeas libres que quedan en toda la tierra, los pueblos de los Cárpatos, acogidos bajo mi protección a cambio de cederme una parte insignificante de su sangre pura para mi sustento. Porque yo fui, soy y seguiré siendo por toda la eternidad, Vlad Draculea, Príncipe de Valaquia y máximo defensor de estas tierras.
Olga Besolí
Rating: + thirteen
Este relato es propiedad de Ainhoa Ollero. La ilustraciones son propiedad de Sergio Gan” Retamero. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Invierno en la ciudad que nunca duerme.
Sin rumbo, rota, febril,
en los que a su lado vi
miles de rostros feroces.
Cines que han echado el cierre.
Todo corriente y vulgar,
Su sonrisa melancólica
muy pronto se contenía.
No me quería testigo
Sus besos sabían frescos,
mis penas se derretían.
Yo sabía que cazaba
Le veía el hambre en el alma,
agazapada en las entrañas.
Sigiloso como un gato,
a sus víctimas espiaba
Sombras en el bus nocturno
en los pasillos del metro.
Marcas en cuellos blancos.
Quise perderme en sus ojos
tristes, ancianos, vencidos;
que se saciara conmigo
Poblemos los subterráneos,
Bebamos el vino rojo
No nos hagamos reproches,
nunca fuimos unos santos.
He dejado de tenerlo.
que nos roe en este invierno.
Quiero marcharme de aquí,
cuando todos se levantan.
de los cuerpos de los otros
sin dejar que nos enreden
en sus juegos mentirosos.
y abandonar el resto,
Ojala no seas tú
ese montón de cenizas
hace tantísimos días…
Bailaremos para siempre
hasta que no exista el tiempo,
eternos, mucho más que vivos.
Ainoha Ollero
Este relato es propiedad de Mª Cristina Salvans. Las ilustraciones son propiedad de Jordi Ponce. Quedan reservados todos los derechos de autor.
La terrible historia del vampiro anónimo.
Ilustración de Jordi Ponce
Había dos cosas que odiaba en el mundo: el aire fresco y la risa de los niños.
Vivía en una pequeña urbanización plácida y tranquila a las afueras de una gran urbe, en la que los pájaros cantaban y los coches circulaban con máximo cuidado para no molestar.
Los días soleados, los niños salían de la monotonía de sus hogares y llenaban las calles con sus estridentes voces agudas, que le martilleaban el cerebro y le aturdían los sentidos.
A veces, esos mocosos apestosos y quejumbrosos, se acercaban a la puerta de su casa y canturreaban absurdas canciones infantiles y, cuando no eran ellos, los hijos crecidos de sus vecinos se acercaban a la soledad eterna de su jardín y contaban estúpidas historias sobre no-muertos y chupasangres.
Contaban, prometían y juraban que lo que se decía period cierto, que lo habían visto con sus propios ojos. En esa casa vivía un anciano decrépito, con las manos largas y huesudas, pálido y de ojos saltones, con los labios siempre sangrientos, de los que asomaban unos colmillos largos y amarillentos, a través de los cuales se alimentaba. Afirmaban que lo habían visto por la noche alimentarse de cadáveres de pequeños inocentes a los que había engañado mediante artes sombrías. Y no se cansaban nunca de asegurar que sus abuelos les habían contado que el sujeto que habitaba en esa casa había estado casado una vez, y que había asesinado a su mujer estando ella embarazada.
Adoraba esas historias. En cierto modo, él mismo se había encargado de azuzarlas, pues amante de la tranquilidad como era, odiaba las visitas y las miradas fisgonas. Period algo que había hecho desde joven.
Nunca se había casado y jamás se le había pasado por la cabeza tal barbaridad. Tener hijos period el mayor absurdo jamás contado y le repugnaba la sola idea de pasar su vida pendiente de las necesidades de alguien que no fuera él mismo.
Así que cuando cumplió la mayoría de edad se mudó y empezó a vivir una vida ermitaña y solitaria, en la que disfrutaba de la soledad absoluta de una casa pequeña con un gran jardín.
El mundo era distinto cuando period joven. La gran ciudad no ocupaba ni un cuarto del terreno de la actualidad, y no había ningún pueblo a kilómetros a la redonda. Lo más cercano eran las cabañas de pastores, en lo que estos se acostaban en invierno mientras dejaban pastar a sus bichejos pulgosos.
La población native vivía y moría sin molestar, tranquilos en sus casas berreando en las calles, pero nunca nadie le molestó. Hasta que la urbe se fue expandiendo.
En cuestión de pocos años, la ciudad creció a marchas forzadas y los campos fueron desapareciendo. El verde se convirtió en gris y la hierba en asfalto. El aire puro se convirtió en horrible aroma insalubre, contaminado y apestoso, y perdió todo mérito de ser aspirado. En ese momento, decidió que no iba a salir a respirar nunca más, que aunque el aire fuera fresco, ya no era puro.
Con el asfalto y la contaminación llegaron las casitas. Esas estúpidas construcciones adosadas llenas de matrimonios felices y críos escandalosos. Con ellos llegaron los jardines floreados y los arbustos recortados, y esa naturaleza synthetic que caracterizaba las urbanizaciones familiares.
También aparecieron los especuladores inmobiliarios y los políticos que querían echarle de su antigua casa para reubicarle en un mohoso edificio céntrico llamado de alquiler social, habitado por familias problemáticas, jóvenes sin oficio ni beneficio y viejas asmáticas. Cuando no en algún lugar peor, como esos asquerosos asilos, que apestaban a muerto a cientos de kilómetros a la redonda.
Por más que lo habían intentado nadie había conseguido echarle de su casa. Ni lo iban a conseguir. Lo que sí habían logrado era que se encargara de perpetuar esas historias y fomentarlas, dejándose ver de vez en cuando bebiendo un vaso de tinto al lado de la ventana, chupándose los dedos mientras observaba a algún niño despistado.
Una noche de luna nueva no muy distinta a las demás, mientras estaba acostado en su antigua cama de madera, oyó como una olla caía al suelo, y como alguien susurraba con nerviosismo, invitando a una segunda voz a no armar tanto escándalo.
Se acercaban unos pasos por el pasillo, y con ellos, unas voces juveniles riendo quedamente.
Con dificultad se incorporó en la cama y se calzó unas viejas zapatillas, se apoyó en su bastón y se levantó, al tiempo que la puerta se abría de golpe.
En el quicio, unos adolescentes lo miraban con los ojos brillantes del que está embriagado. Uno de ellos llevaba un gran crucifijo en brazos; robado, sin duda alguna.
-¡Acabaremos contigo, vampiro! -gritó una rubia estúpida, señalándolo con un dedo acusador.
Sabía que esos engendros borrachos eran capaces de cualquier cosa, lo había oído en el transistor y siempre eran ellos los que traían problemas.
Lo empujaron a la cama y lo ataron. Le obligaron a comer ajo y a rezar, y le pusieron el crucifijo sobre el pecho mientras entonaban cánticos con voces ebrias y turbias. Pensó que iba a morir, y por una vez, sintió el terror que suponía había infligido él en los demás.
Despertó sobresaltado y gruñó al sentir una fuerte opresión en el pecho, abrió los ojos e intentó incorporarse. Su frente golpeó contra una fría superficie metálica y solo sintió frío a su alrededor.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad se dio cuenta de que estaba encerrado en un cubículo metálico y que se encontraba desnudo y dolorido, tumbado en una fría cama de hierro. Le dolían los huesos y sentía como se le congelaba la respiración antes de salir de la boca. Oía su corazón bombear a medida que su terror incrementaba y, al chillar, un eco mortal le devolvió su voz aumentada y distorsionada.
Golpeó una pequeña puerta metálica con los pies, luchando por abrirla, y volvió a chillar horrorizado, mientras aporreaba las paredes con desespero. Hasta que se dio por vencido, las fuerzas le fallaron y supo que no podría continuar, que ya estaba muerto, que su vida había terminado tal y como había empezado; con una desenfrenada lucha para salir al mundo.
Y de pronto, oyó a sus pies los goznes metálicos de una puerta que se abría y su mortal ataúd metálico se vio inundado por una fría y blanquecina luz. La que le devolvía la vida, la que le empujaba a la muerte.
Ilustración de Jordi Ponce
Género: Negro
Rating: +18
Este relato es propiedad de Jesús Cernuda. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Chicas, sangre y dulce de membrillo.
¡Estoy harta, muy harta! El espantoso frío parece pretender colarse en mis huesos y masticarlos como si estos fueran de madera y aquel, maldita carcoma. La impenitente lluvia no cesa de mojar las ya encharcadas aceras. El impertinente viento intenta permanentemente levantarme la falda. Y no hay nadie en la calle a quién poder hincarle el diente. ¡Estoy harta, muy harta!
Había salido a la calle a primera hora de la mañana con la mayor de las ilusiones. El día amanecía espléndido, el sol de otoño acariciaba cuanto tocaba cubriéndolo con un liviano y dorado resplandor que presagiaba un precioso día, quizá el último, antes del largo invierno. Me puse un monísimo vestido de Desigual que me había comprado en las rebajas de agosto y que, no sé por qué, no me había puesto todavía, lo que supuse que significaba que se había estado reservando para este día, que yo presumía especial, como si el vestido poseyera conciencia de sí mismo y yo no tuviera voluntad ni management sobre él. Una fina chaqueta negra con una enorme flor roja en el costado izquierdo fue lo único que pensé que podía hacerme falta por si al atardecer le daba al tiempo por refrescar. Para terminar la visión ideally suited que me devolvía el espejo, me puse en los pies unas preciosas sabrinas plateadas con la lengüeta en shade rosa coral.
No refrescó, creo que eso ya está claro, simplemente llegó el desagradable y odioso invierno en el intervalo de tiempo que transcurrió entre que crucé la puerta de la confitería de Manuel, (si algún día se me pasan las ganas de mujer, al primero que me tiraré será a Manuel; tiene unas manos bonitas y huele a dulce de membrillo) y me tomé un café con leche y una tostada con mermelada de mandarina. Al salir estaba cayendo el diluvio common. La temperatura había caído…, se había suicidado, y un viento huracanado procedente, seguramente, de las estepas siberianas hacía que la lluvia no cayera, como presupone el verbo, verticalmente, sino que era cruelmente paralela al suelo con el peligro que suponía de ahogamiento si se te ocurría caminar con la boca abierta. Llegué a mi casa empapada, helada y muy muy cabreada, lo que, aunque no justifique lo que hice a continuación, sí que hace más comprensible, al menos ante mis ojos, lo merciless y desagradable de mi comportamiento con Raquel. Y es que soy una vampira, y no existe en el mundo nada más peligroso que una vampira cabreada.
Me gustan las chicas delgadas y deportista de esas que la piel cubre unos torneados músculos alimentados por grandes y elásticas venas. También me gustan las escuálidas esas que ya sea por aflicción por afición, no se echan bocado a la boca y sus finas y delicadas pieles parecen quedar holgadas con lo poco que tienen que tapar, tan poco que se puede ver a través de ellas unas finas y azuladas venillas que parecen suplicar que alguien les quite un mucho del amor que a raudales recorre su cuerpo llenando de pasión su corazón.
Me gustan las chicas gorditas y graciosas porque es una dulzura arrancarles la ropa y retozar entre sus adorables carnes en busca del tesoro que esconden entre sus rechonchos brazos y piernas, entre pliegues y blandas redondeces que beso y aprieto, que palpo y lamo hasta encontrar ese lugar perfecto donde clavar los incisivos y extraer la savia de su vida que me da la mía.
Me gustan las chicas tristes porque se entregan sin reparos esperando una muerte rápida que yo no les doy porque prefiero jugar con ellas hasta que una luz de esperanza aparece en su mirada y, entonces, no dudo en robarles hasta la última gota de su nueva y dulce sangre, dejándolas después adormecidas para siempre como a melancólicas hojas secas.
Me gustan las chicas malas porque creen que me pueden ganar, que están de vuelta de todo, que nadie ni nada las va a sorprender y que pueden pasar por encima de cualquiera. Qué gusto me da morderles la lengua justo en ese momento en que su soberbia y engreimiento se encuentran y se saludan en la cumbre de su ignorancia. Cuando su boca se llena de sangre, algunas intentan clavar uñas, intentan dar patadas, intentan resistirse, pero eso solo dura unos segundos; después, como todas, se entregan sin más señales de su miedo y desconcierto que las lágrimas y los mocos que también me como, pues son el mejor closing para una noche de amor y sangre.
Me gustan las morenas y las pelirrojas, las rubias me gustan también. Me gustan las bajitas y las universitarias amas de casa. Me gustan las dependientas de mis tiendas favoritas, las maestras de escuela y las que conducen autobuses. Me gustan mis vecinas, sobre todo la zorra del tercero B, que va por su quinto novio en los tres meses que lleva viviendo aquí. Me gustan las Frikis, las Góticas, las Hipsters, las Pijas, las Mods y las Canis. Me gustan las tontas del culo, las solamente tontas y sobre todo, las tontas que se creen listas. Me gustan las chicas que llevan sus libros apretados contra el pecho camino de la biblioteca, las que con la tabla de surf bajo el brazo avanzan en dirección al mar por el paseo de la playa de San Lorenzo; las que patinan, las que comen helados y las que subidas en impresionantes zapatos de tacón y embutidas en elegantes y ajustados trajes llaman un taxi levantando enérgicamente la mano. Me gustan las chicas de pechos inabarcables para mis pequeñas manos y las que tienen los ojos verdes, azules, de colour como la miel. Me gustan las chicas y por eso todavía no me he tirado a Manuel, que es muy simpático, tiene el culo prieto, huele a dulce de membrillo y tiene unos ojos donde una podría perderse para siempre olvidando lo que de verdad le gusta.
Me gustan todas las chicas… Todas menos Raquel. Por eso, cuando llegué a casa tan empapada, tan cabreada y con tanta hambre, no pude evitar tirar mi otrora bonito vestido a la basura, y como me conozco y no quiero hacer una locura que haga sospechar a nadie lo que soy en realidad, intenté calmar mi rabia con una ducha caliente y luego con un ardiente chocolate con magdalenas. Pero nada conseguía calmarme los nervios ni la insoportable sed de sangre, una sed incomprensible para las personas normales porque no nace del estómago de alguna específica zona del cerebro que te indica que debes beber algo para no deshidratarte y morir, sino de un lugar oscuro y ya muerto que reclama inmediata y vorazmente un sacrificio de sangre, un lugar al que es mejor escuchar y hacer caso si una no quiere convertirse en un ridículo montoncito de polvo.
No podía más, así que subí saltando de terraza en terraza hasta la casa de Raquel, situada en el último piso del edificio de siete plantas contiguo al mío. La muy puta no era muy precavida no tenía la más mínima sospecha de que una vampira tuviera tantas ganas de romperle el cuello y saciar su rabia chupando hasta la última gota de su sangre. Probablemente eran ambas cosas y por eso le agradecí en silencio que tuviera abierta la puerta corredera que daba al salón. Pude perfectamente oír su estúpida risa, sus espantosos ruidos guturales, sus obscenas súplicas y el rítmico golpeteo de dos cuerpos fornicando como vulgares perros.
Yo ya sabía lo que me iba a encontrar cuando cruzara el dintel de la puerta del dormitorio de Raquel, la única duda period si vería primero la cara de esa zorra el culo del jefe de Manuel. No lo he dicho antes, pero Manuel tiene un contrato de media jornada en la confitería, aunque es él el que sube la persiana a primera hora de la mañana y es él el que la baja no antes de las once doce de la noche. Su jefe es un degenerado que tiene varios negocios de hostelería por toda la ciudad, un tipo grandote, grosero y sucio cuya única habilidad en la vida es saber ganar dinero, que al parecer es también la única destreza digna de admiración para mucha gente, incluida Raquel. Manuel, sin embargo, es educado, amable y culto, todas ellas cualidades absurdas según Raquel, que no duda en echarle en cara su manía de leer poesía y de cuidar los geranios y sus peces de colores.
Fue el peludo culo del jefe de Manuel lo primero que vi. Y él fue su corazón lo último que vio porque se lo enseñé antes de aplastarlo contra su asombrada cara. La puta de Raquel seguía fingiendo y gemía como si estuviera sumida en un permanente orgasmo, aunque hacía ya varios segundos que el jefe de Manuel había dejado de moverse y su flácido pene había eyaculado sobre el colchón. Pero la muy guarra parecía no percatarse de nada, quizá porque el jefe de Manuel permanecía de rodillas tras ella sin caerse debido a que su abultada barriga reposaba sobre la espalda de ella logrando con ello un equilibrio raramente estable. Pero la muy guarra seguía moviendo el culo y gimiendo, lo que provocó un corrimiento catastrófico de masa belly y, por ende, que el jefe de Manuel se cayera sobre la cama y después rodara hasta estrellarse contra el suelo. Ahora sí la puta de Raquel despertó de su trance y, justo antes de empezar a gritar, la agarré por la garganta y la aplasté contra la pared.
Tengo que reconocer que, al ultimate, la vida de Raquel tuvo algún sentido, al menos para mí. La hice sufrir mucho, lo reconozco, pero era necesario, no porque además de vampira sea una sádica y me guste torturar a la gente, pero es que, de vez en cuando, es muy agradable beber sangre amarga, sangre que solo se consigue si el portador de la misma padece durante horas los más insoportables sufrimientos. Raquel los padeció durante tres largas horas, y su sangre me gustó y me sació.
Fue Manuel el que descubrió la dantesca escena cuando llegó a su casa, y fue Manuel al que detuvo la policía como sospechoso del brutal asesinato de su mujer y del amante de esta. Pero eso no me preocupó. Yo sabía que la policía, por norma, es tonta del culo y van a lo fácil. Pronto lo dejarían en libertad porque multitud de personas declararían que lo vieron trabajando en la confitería en el momento que se cometían los crímenes.
Pronto Manuel estaría en libertad, sin la zorra de su mujer y sin el degenerado cabrón de su jefe.
Pronto me tiraré a Manuel, que tiene los ojos del coloration de la miel, el culo prieto, las manos pequeñas y huele a dulce de membrillo.
Ilustración de Verónica R. López
Ilustración de Marta Herguedas
Con alas de piel
Érase una vez un feudo de acero y hormigón en el que reinaba la paz. Sus gentes construían un futuro prometedor, los líderes gobernaban con decisión, los obreros manejaban la maquinaria, los economistas dirigían la banca, los chicos jugaban y aprendían, los agentes de seguridad hacían respetar la ley,… en general, el trabajo abundaba y la felicidad period una plato que todos compartían.
Sin embargo, poco a poco la estabilidad del feudo se fue colapsando. No de forma inmediata, pues una semilla pútrida florece con paciencia, como un cáncer que va avanzando bajo tierra y pudre todo lo que toca a su alrededor. Pero, para cuando todos se dieron cuenta, era demasiado tarde: los líderes realizaban tratos con el Diablo, los obreros comenzaron a despedazarse entre ellos, los economistas guardaban en sus bolsillos parte de las ganancias, los jóvenes se drogaban y prostituían, los señores de la ley se dejaban comprar e imponían su autoridad de forma desmedida… las huestes del Mal se hicieron con cada rincón del territorio, y este, fue llamado Gotham: el reino del caos y el pecado.
Mientras aquello ocurría un joven de sangre hidalga vivía alejado del pueblo, en una torre de cristal y de acero. Dicho joven no era otro que el joven Bruce, hijo de la noble casa de los Wayne. Su padre, period legendario en todo el Reino. Un campeón que con la fuerza de su voluntad y la filantropía más pura había mantenido en jaque al Mal que asolaba al territorio. Hombre de letras y de ciencias por igual, se había dedicado a la medicina, llegando incluso a convertirse en un caballero que luchaba armado con su pluma, la razón y las palabras, que utilizaba sus recursos en grandes fundaciones y había incluso tenido el honor de convertirse en el médico del Rey. Sus ojos eran de un brillo imbatible, una decisión que lo hacía merecedor de su título. Mas por desgracia, las fuerzas del Caos acabaron por devorarlo junto con su amada esposa, dejando al pobre heredero de los Wayne solo y aislado en lo más alto de su torre cristalina.
Un día, observando desde el techo el viejo cielo algo viciado, una criatura de origen diabólico aunque de ojos vidriosos, cayó herida e indefensa. La bestia period un cachorro que no había crecido, una idea engendrada bajo el sino corrupto y maléfico de una ciudad maldita. Con alas de piel rasgadas no podía volar, pues el Mal que le dio la vida lo había traicionado dejándolo caer en medio de la fría noche. El niño observó con curiosidad a la criatura, no podía evitar sentir un halo de miedo y repugnancia ante su figura jorobada, peluda y grotesca. Mas en el fondo de su corazón, había admiración, esperanza,… pues ¿no eran nobles los intentos de regresar y combatir el negro corazón de los cielos? Venciendo a su timidez, se acercó lentamente ante aquella bestia. Su cabeza giró, sus fauces se abrieron, un grito que parecía una maldición en la noche llenó el vacío del espacio, la criatura alzaba las garras: estaba herida, aunque no indefensa. Apenas escuchó el chico aquel canto de guerra, y se escondió en el inside de la torre sin atreverse a salir ni a mirar al exterior. Por primera vez vio a uno de los vástagos del Mal; sintió miedo, dolor y odio al mismo tiempo. Notaba como algo crecía en su interior… incapaz de saber la razón de aquella existencia. Las horas se sucedieron hasta que finalmente la curiosidad venció al temor, aquel ser seguía insistiendo en sus intentos de regresar al infinito. La compasión fue más fuerte que la repulsión. El chico llenó un cuenco de frutos secos, y por una abertura, se la ofreció al cachorro. Receloso, aunque hambriento, la pequeña bestia se acercó. Aceptó el regalo y comenzó así una relación que se fue cimentando con el tiempo. Ambos, criatura y niño, crecían mientras la ciudad se pudría en el exterior. En los ojos del ser, el joven noble encontraba algo que lo diferenciaba de otras muchas criaturas del exterior: un brillo que le resultaba del todo acquainted, el reflejo invencible de un ente que nunca se rendía. Con el tiempo las alas del animal se hicieron grandes, diabólicas. Se curaron rápidamente, por lo que el chico lo llevó al tejado.
—Vuela, muerciélago —le dijo—. Vuela y piérdete en la noche.
Mas la bestia no podía obedecer a la petición, pues ya no formaba parte del Mal. En su inside no se sentía preparada para volar, veía ahora a las huestes como enemigos a combatir: aquellos que lo abandonaron y lo dejaron morir en medio de la nada.
El muchacho asintió y aceptó; todavía no estaba listo. Pasó el tiempo, el cachorro se convirtió en un concepto; un hecho contradictorio destinado a enfrentar con las mismas armas a aquello que lo engendró. El chico se convirtió en hombre, se dio cuenta de que nada conseguiría encerrado en aquella torre de cristal. Regresaron a los tejados, las alas se alzaban majestuosas, la lluvia period un bautizo.
—No podemos quedarnos aquí —exclamó el noble— Hay que combatir contra toda esta podredumbre, debemos vencer al Mal cueste lo que cueste: el reino tendrá ahora un nuevo campeón.
Un chillido de guerra sonó aún más fuerte, el feudó tembló al darse cuenta de que había forjado la llave de su perdición. Wayne cabalgó sobre la bestia, la criatura alzó el vuelo; ambos eran leyenda.
—Somos uno, murciélago —dijo—. Somos el corazón de Gotham, somos el remedio que acabará con toda la corrupción, somos Batman.
Axel A.Giaroli
Score: +sixteen
Este relato es propiedad de Roberto del Sol. Las ilustraciones son propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.
¡Guerra!.
Al filo de la medianoche Superman vio cómo la señal del murciélago iluminaba el cielo a las afueras de Arkham y teñía las montañas de un coloration rojo sangre premonitorio. Alfred había cumplido con su parte y ahora solo quedaba esperar. Había sido el fiel sirviente el que, preocupado por la salud de Bruce, se había puesto en contacto con él y le había dicho cómo atraer al hombre murciélago al lugar de la cita. Alfred había hecho un esfuerzo enorme para contarle lo que había sucedido, porque en su fuero interno se sentía una especie de traidor a la familia Wayne, a la que tan bien había servido durante varias generaciones. Si Alfred tenía razón, Batman podría haberse convertido en un peligro demasiado grande para él mismo, y para la humanidad.
Ilustración de Rosa García
Lo que Superman no podía imaginar era cómo reaccionaría Bruce cuando acudiese atraído por la señal de peligro y lo viese allí. Period una de las personas más inteligentes que conocía y estaba seguro de que se daría cuenta enseguida del engaño.
—Hola, Clark.
Superman se volvió sorprendido. La imponente figura del hombre murciélago se recortaba contra el cielo iluminado.
—¿Cómo has podido llegar tan rápido? Yo… Alfred acaba de accionar la señal.
—¿El cazador cazado? —Batman avanzó unos pasos.
Superman estaba desconcertado. Batman se movía con la seguridad de alguien que lo tuviese todo bajo control. En absoluto parecía necesitado de ayuda sorprendido.
—Así que Alfred tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Al final lograron contaminarte. No puedo oír los latidos de tu corazón…
—¡Ah, ese oído extraordinario! Muy a menudo olvido que tienes los poderes de un dios. Algún día esa seguridad va a jugarte una mala pasada.
—¿Cómo pudo suceder?
—¡¿No me digas que nunca has sentido la tentación de dejarte corromper?! Vamos, Clark, sé sincero conmigo ahora que no nos oye nadie.
—No estoy aquí para hablar de mí, Bruce…
—Es cierto. Vienes a intentar salvar a este viejo murciélago; a llevarme de nuevo hacia la luz —hizo una pausa deliberadamente larga—, a acabar conmigo.
—No puedo dejar que el mal que corre por tus venas se extienda.
—¿No? ¿Acaso tienes miedo por ellos? —señaló las luces de Gotham a sus espaldas— ¿ se trata más bien de ti? —El hombre murciélago levantó la voz con arrogancia—. ¡¿Por qué diablos te crees el juez de la humanidad?!
Superman comprendió que iba a ser muy difícil tratar de razonar con Bruce, así que intentó rebajar el tono de la conversación.
—Eres diferente, Bruce. Has cambiado. Antes no hacía falta discutir sobre estas cosas. Los dos sabíamos lo que había que hacer en cada momento.
—Quizás porque creía que te conocía. En honor a la verdad he de decir que nunca acabé por tragarme tu historia del pequeño huérfano que viaja por el espacio profundo desde un mundo que se muere, y aterriza por casualidad en una granja de Kansas. Ahora que he visto la verdad, sé lo que tengo que hacer.
—Estás delirando, Bruce. Ven conmigo. Acompáñame hasta la Fortaleza de la Soledad. Allí tengo la tecnología adecuada para intentar curar esa enfermedad.
—¿Hasta el Polo Norte? No, gracias. Allí hace mucho frío. —Bruce se permitió poner una nota de sarcasmo en la voz—. Además ¿por qué crees que quiero ser curado?
—No sabes lo que dices. Es la enfermedad la que habla por ti.
—Podría ser, pero si es una enfermedad, nunca me he sentido más joven y fuerte —y al decirlo abrió y cerró los puños en una demostración de fuerza—. Todo el mundo debería probarlo.
—Nadie más lo probará, Bruce. Esto acabará aquí y ahora. Son demasiados años luchando codo con codo en las mismas trincheras. De encontrarme en tu situación, estoy seguro de que hubieses intentado ofrecerme tu ayuda…
Batman rió con fuerza.
—Esto no hubiese podido sucederte jamás, Clark. El virus solo puede establecer una relación simbiótica con los humanos. No sé qué podría pasar en el caso de intentar inocularlo en un cuerpo alienígena como el tuyo.
—¿Inocular un virus? —En ese momento el desconcertado period Superman. Bruce estaba hablando de premeditación, de organización, palabras que implicaban mucho más que aquello que le había contado Alfred.
—Es hora de que conozcas un poco de historia verdadera de tu planeta adoptivo, no la que enseñan los libros de historia, porque ese desconocimiento al remaining será tu perdición. Al igual que sucede con ciertas especies, la raza humana tiene la posibilidad de defenderse de agresiones externas mutando una parte de su población para convertirla en guerreros excepcionales. Ha sucedido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, y en todas ellas hemos logrado salir victoriosos. Bien, pues ahora hemos conseguido controlar el cambio, de modo que podemos elegir quiénes de nosotros se convertirán en esos paladines, y lo hemos hecho mediante un virus.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Ten paciencia, Clark. Nunca subestimé tu inteligencia, así que estoy seguro de que acabarás por comprenderlo todo. El cambio ya no tiene tantos efectos secundarios: si bien es cierto que no hemos podido evitar los colmillos —y sonrió con seguridad para mostrarle los suyos—, ya no necesitamos alimentarnos de sangre humana y podemos caminar a plena luz del día.
—¿Por qué alguien querría convertirse en un vampiro?
—Aquí es donde entras tú.
—Sigo sin entenderte.
—Te has ganado a todo el mundo, Kal El. —Bruce lo llamó de forma intencionada por su nombre de Krypton—. No hay una sola persona en el mundo que no te siguiese ciegamente a cualquier parte, incluso al abismo. Desgraciadamente para ti y los tuyos, nosotros no olvidamos nuestra historia y sabemos perfectamente cómo funciona un caballo de Troya.
—Debes de haber perdido el juicio…
—Cuando el coronel Furia se puso en contacto conmigo y me mostró las pruebas que acabaron por abrirme los ojos, me costó mucho asimilar las consecuencias de lo que estaba viendo. ¿Cómo pudimos estar tan ciegos durante tanto tiempo?
—¿De qué pruebas hablas?
—Vamos, Kal El, no insultes mi inteligencia. Todo iba perfecto, y nadie hubiese podido darse cuenta del peligro hasta que hubiese sido demasiado tarde. Pero Shield tiene ojos y oídos en todas partes. Furia me mostró la grabación de tu conversación con el common Zord, uno de los renegados de Krypton que habíais desterrado a la zona fantasma y que llegaron a la Tierra con la intención de invadirla. Zord te ofreció unirte a ellos. A cambio te daría poder supremo aquí en la Tierra. Pero tú declinaste su ofrecimiento e incluso arriesgaste tu vida para acabar con la amenaza. Heroico. Lo que la mayoría del mundo no sabe, pero sabrá en breve, es que en aquel entonces tuviste miedo, miedo de desobedecer las órdenes escritas en tu código genético y de enfrentarte al inmenso poder que estaba por venir: las máquinas de guerra de Krypton.
—¿De qué demonios estás hablando?
—A partir de ahí, atar cabos fue un juego de niños. Escuchamos con interés los pulsos de energía que cada cierto tiempo enviabas desde la Fortaleza de la Soledad hasta lugares en el corazón del universo cada vez más cercanos a la Tierra. Todavía no sabemos qué es lo que les cuentas en esos mensajes, pero nos lo podemos imaginar, porque podemos seguir el rastro de muerte que los tuyos dejan allá por donde pasan. Sistemas estelares aniquilados para saciar vuestra sed de destrucción. Civilizaciones desaparecidas para siempre. Mundos que confiaron en alguien como tú, un ser que conocía las fortalezas y debilidades de aquellos que lo habían acogido como uno de los suyos. Porque solo eres la avanzadilla. Tu misión, como la de otros tantos a los que habéis enviado al espacio profundo, era la de localizar mundos habitables. Eso es lo que hacéis, es vuestro modo de vida: os ganáis la confianza de vuestros anfitriones para después invadir, parasitar y canibalizar los planetas que tienen la desgracia de cruzarse en vuestro camino de muerte y destrucción. En esta ocasión la Tierra es el planeta elegido; pero en esa ecuación sobra algo: nosotros, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo nos queda?, ¿meses, semanas, días quizás? ¿Cómo es de malo lo que nos espera, Kal?
Superman escrutó el desolado paraje a su alrededor. Estaban solos. Bruce sabía demasiado y period un peligro que podía poner en peligro todo el plan de invasión. No podía permitir que saliese con vida de allí. Si el hombre murciélago pensaba que alguien infectado por un virus podía ser un rival digno para un hijo de Krypton, se equivocaba. No cuando tantas cosas estaban en juego. Decidió ganar tiempo y averiguar cuántos más sabían algo acerca de la conspiración.
—Estás loco…
—No, Kal, estábamos ciegos, pero ahora que hemos abierto los ojos no nos cogeréis por sorpresa.
—¿Cuántos más conocen esta descabellada teoría tuya?
—¿Por qué? ¿Piensas que con mi desaparición podrías seguir adelante con vuestro plan? Llevamos mucho tiempo trabajando en la sombra, preparándonos, dejando que te confiases. La Corporación Stark se encarga del armamento, Industrias Wayne se ocupó del desarrollo del virus y Protect de la organización. No hay nada que puedas hacer para detenernos y la mejor señal del éxito de nuestra cruzada es tu cara de sorpresa.
—¿Por qué me cuentas todo esto ahora? Podría acabar contigo ahora mismo.
—Porque estamos preparados. El virus del vampiro transforma nuestros cuerpos y les da una fuerza sobrehumana, muy similar a la tuya. Pero eso ya lo sabías después de tu último enfrentamiento con Drácula, ¿verdad? Para poder haceros frente hacen falta más que hombres, y en eso es en lo que nos habéis obligado a convertirnos. Además, si tu cuerpo alienígena es capaz de tener un alma, algo que dudo, es necesario que conozcas el motivo por el que vas a morir. No quiero tener ese peso sobre mi conciencia.
—¿Morir? Sí, este es el punto remaining para uno de los dos, pero no seré yo el que caiga —dijo Superman mientras sus ojos comenzaban a brillar con la energía de una estrella.
Había llegado el momento de poner a prueba lo que se había desarrollado durante tantos años. El hombre murciélago hizo un gesto con la mano y una pequeña chispa verde brilló en el horizonte, al pie de la colina, seguida de un sonido seco. Superman cayó al suelo golpeado por el proyectil.
—Tengo que reconocer que Alfred tiene una excelente puntería —dijo Batman mientras se acercaba al cuerpo tendido en el suelo, que luchaba por incorporarse mientras se retorcía de dolor—. Te voy a dar otra mala noticia antes de que te vayas, Kal: hemos logrado fabricar una aleación con kryptonita sintética y, tal y como puedes comprobar en tu propia carne, funciona a la perfección. Me temo que el verde se va a poner de moda en los próximos años. —Batman desenvainó una enorme espada que llevaba oculta bajo la capa. La kryptonita hacía que el filo verde resplandeciese en la oscuridad—. Aunque el veneno de ese proyectil acabaría por matarte, necesitamos un golpe de efecto que impresione a los que vienen detrás de ti. —Levantó la pesada espada sobre su cabeza—. En el proceso de la humanidad contra Kal El, encontramos al acusado culpable de alta traición, y lo condenamos… ¡a muerte!
Batman descargó el peso de la espada sobre un Superman agonizante y separó la cabeza del tronco casi sin esfuerzo.
Alfred llegó cuando todo había acabado. En su hombro colgaba el sofisticado rifle con el que había realizado el disparo.
—Envía un mensaje al coronel Furia diciéndole que la primera parte del plan ha salido tal y como estaba previsto. Espero que esto sea suficientemente contundente como para que aquellos que pretenden arrebatarnos nuestro hogar se lo piensen un par de veces y busquen un enemigo más asequible.
—¿Y si no es así, señor?
—Pues en ese caso —Batman cogió por la cabellera la cabeza del hombre de Krypton, la alzó al cielo como advertencia a un enemigo invisible y gritó con rabia, como si pudiesen verlo—: ¡habrá guerra!
Ilustración de Rosa García
Score: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Jesús Cernuda. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Achaques.
26 DE JUNIO DE 2027
Para Bruce aquel no era un día regular, era esa fecha que nunca se había podido quitar de la cabeza, la misma en la que, muchos años atrás, sus padres fueron asesinados a manos de Joe Chill. Hasta entonces nunca había faltado a su cita en el cementerio, donde seguía rezando por sus progenitores que tanto le habían dado.
Sin embargo aquella mañana…
Algo hizo que se despertara sobresaltado. La luz del sol entraba por la ventana, situación extraña ya que su despertador siempre sonaba antes del amanecer. Durante cinco minutos se quedó mirando al techo absorto en sus pensamientos, e intentó recordar lo que había hecho el día anterior, pero no había manera.
Poco a poco, se incorporó y fue posando los pies en el suelo, intentó calzarse esas zapatillas de cuadros sin apenas ya forro por el paso del tiempo, estaba seguro de que su abuelo ya había tenido el placer de llevar esas zapatillas. Un pinchazo en la espalda le hizo lanzar un grito digno de la peor de las películas de terror.
«¡Por los clavos de Cristo! este reuma está acabando conmigo»
Cuando por fin lo consiguió, se puso su batín, a juego con las zapatillas, las gafas que tenía para andar por casa y se acercó a la ventana para contemplar el nuevo día.
Alguien picó a la puerta de forma tímida y sin esperar respuesta se adentró en la habitación.
—Señor Wayne, le traigo el desayuno.
Albert, su nuevo mayordomo, traía una enorme bandeja de plata. Sobre ella lo que parecía un café con dos bollos de pan y un vaso de agua con una pastillita que poco a poco se iba consumiendo dejando unas burbujas de color rosáceo.
—Creo que mis instrucciones fueron claras, ¿por qué has tardado tanto en venir a despertarme? Está claro que el dichoso reloj no ha sonado. — le dijo intentando aparentar enfado, aunque el dolor de las lumbares apenas le dejaba hablar.
—Lo siento señor, no creí conveniente despertarlo después del mal día que tuvo usted ayer.
—Bueno, eso ahora da igual— contestó mirándole por encima de las gafas.
« ¿Qué carajo habrá pasado ayer?», pensó.
Albert ya se había dado la vuelta para irse cuando Bruce se dio cuenta de otra de esas cosas que creía haber dejado claras.
—Espera, el periódico, ¿dónde está?
—Verás…yo…
—Ni yo, ni yu, ¿no pensarás que así vas a estar mucho tiempo conmigo? Deberías darme las gracias por haberte dado el trabajo sólo porque te recomendara Bob—. Bob Kane period un buen amigo de Bruce desde la infancia y era quien le había dicho que aquel chico sería el supreme para el puesto.
—Tiene razón, pero no creí conveniente que hoy lo leyera. Por cierto, no olvide tomar el vaso con su medicación para el corazón ni las pastillas para el reuma— dicho esto se fue dando un pequeño portazo.
«Quién se habrá creído que es… esta misma tarde llamo a Bob»
Después de tomarse el café, medio bollo y la galería de pastillas de todos los días, Bruce se sentó en su viejo sillón a leer el periódico. Sentía curiosidad por saber qué period lo que Albert creyó conveniente que no leyera. Aunque llevaba poco tiempo con él, sabía perfectamente quien era, si había ocurrido algo malo debería habérselo dicho.
No le hizo falta ni abrirlo, en la primera página una foto le mostró la fatídica noticia. Ahí estaba él, con su traje negro impoluto arrodillado en el suelo con la mano sobre la espalda mientras dos encapuchados parecían robarle el coche y, con letras bien grandes por si todavía alguien no lo leía bien:
Batman vuelve a hacer el ridículo y deja que dos ladrones se lleven el botín en su propio coche
Las gafas se le cayeron de golpe al suelo, por desgracia eso era lo que su mente no recordaba del día anterior, quizá no quería recordar. Pero lo peor de todo period el cartelito que habían puesto como pie de foto: No lo podía creer. Siempre lo había dicho él: estas puñeteras redes sociales acabaran con todo
Se vistió todo lo rápido que pudo para dirigirse a la batcueva, tenía que conectarse a web para ver de qué trataba en realidad el supuesto video que le habían hecho.
No era la primera vez que ocurría algo así, en los últimos meses ya le habían cazado con las cámaras en más de una situación un tanto ridícula. Todo el mundo en Gotham empezaba a reírse de él, incluso John Gordom, el hijo del que siempre había sido su gran apoyo en la ciudad, había retirado el famoso foco con el que lo avisaba siempre que su presencia period necesaria. Se sentó delante del ordenador con la inevitable idea que hacía ya tiempo le rondaba la cabeza, «me estoy haciendo viejo para esto».
Con algo de esfuerzo, al haberse dejado las gafas en el suelo de la habitación y no llevar puestas las lentillas, aporreó el teclado:
, la página de moda por aquel entonces, donde la gente se dedicaba a colgar chorradas estúpidas que grababan por las calles de la ciudad. Y ahí estaba, como la entrada más vista del día en tan sólo nueve horas: Batman se autolesiona con su boomerang.
No sabía si reír llorar, quince segundos fueron suficientes. Los necesarios para ver como intentaba detener a unos ladrones lanzando su boomerang justo en el momento que uno de los ya habituales pinchazos le hacían doblar la rodilla, lo que permitió que a su regreso, su hasta entonces infalible arma, le golpeara en la cabeza. No quiso ver más, echó un vistazo al fondo de la cueva y comprendió lo siguiente que se vería en el video al darse cuenta que period verdad que su batmovil no estaba.
Se recostó en su silla pensando que podría hacer, justo cuando uno de los interfonos que usaba para comunicarse con la casa empezó a sonar.
—Señor Wayne, acaban de llamar de comisaría, period John, quiere que sepa que ya no es necesario que denuncie el «robo» del batmovil— Un pequeño pero incomodo silencio period síntoma de que Albert estaba riéndose— Han atrapado a los ladrones y lo han recuperado.
Ni siquiera contestó, imaginar el momento en el que Batman tendría que presentarse en comisaría para reclamar su propio coche…
«Tengo que hacer algo enseguida, tiene que haber una solución. eso llegará la hora de dejar que sea otro quien luche contra el crimen».
Se acercó a un viejo mueble donde guardaba archivos de todos los maleantes que había atrapado y aquellos casos en los que participó. Los ojeaba con cierta nostalgia dándose cuenta de lo que había sido y que no sabía si podría volver a ser. Ya tenía una edad y por mucho que intentara cuidarse, su cuerpo ya no period el mismo.
Entre todos aquellos papeles encontró el día en que se había enfrentado a Drácula y los medios daban la noticia como uno de sus grandes éxitos al deshacerse de alguien tan temido. Al pie de la noticia, una nota escrita de su puño y letra:
«Después de tener al Conde empalado durante dos días, me he dado cuenta que tal vez no pueda acabar con él»
Recordó entonces como, sin que nadie se hubiera enterado, lo había soltado llegando a un acuerdo, nunca jamás se pasaría por Gotham. Drácula había aceptado temiendo tener que estar encerrado de por vida y eso, para un vampiro, es demasiado.
Bruce se recostó de nuevo en su asiento, una thought algo estúpida rondaba su cabeza. Estaba claro que el «no muerto», como lo llamaban algunos, le debía un favor. Quien sabe, tal vez…puede que fuese una locura, pero en ese momento no veía otra solución mejor.
Agarró su teléfono, buscó en esa agenda a la que sólo él tenía acceso y se dispuso a hacer una llamada.
—¿Sí? —
Una voz ronca se escuchó desde el otro lado. Se podría decir que desde su incidente, ambos eran buenos amigos, hablaban muy a menudo, pero en esta ocasión se dio cuenta que algo no iba bien, aquella voz, no period la de ultratumba que siempre ponía Drácula para intimidar a los demás.
—¿Qué pasa compadre? ¿te encuentras bien?
—Hombre, mi querido primo lejano— le gustaba decir aquello, ya que como él decía: «los dos somos un par de murciélagos algo grandes»— ¿A qué se debe esta llamada?
—Luego te cuento, pero antes dime qué te pasa, nos conocemos y te noto algo raro en la voz.
—Nada que no se pase con un poco de descanso.
—Pero bueno, ¿desde cuándo el gran Conde Drácula necesita descansar?— le dije medio sorprendido y medio riéndome de él.
—Ya ves. Digamos que me hago mayor. Desde hace varios años me he dado cuenta de que la calidad de la sangre ya no es lo que era, el que no se droga, bebe y el que no bebe fuma. Macho, van a acabar conmigo. Y encima ya no asusto ni al tato. Sin ir más lejos, el otro día tuve la suerte de encontrarme con una adolescente sola por la calle. Puedes imaginártelo, fue verla y se me pusieron los dientes largos. Me acerqué en plan seductor enseñando los colmillos…y ¡la muy capulla empezó a descojonarse de mí!— hizo una pausa, se notaba que aquel recuerdo le daba cierto reparo— Por primera vez en siglos me dejó paralizado y encima va y me dice: «tú eres de los que brilla con el sol, ¿verdad?».
—Pero bueno, y ¿qué hiciste?
—Qué querías que hiciera, me fui corriendo. Oye, espero que no le cuentes esto a nadie, si llega a oídos de otros vampiros seré el hazmerreír.
—No te preocupes, sabes que sé guardar un secreto, además qué te voy a contar yo…
Estuvimos hablando durante un buen rato y le conté lo que me pasaba.
—A ver si lo he entendido bien, ¿me estás diciendo que quieres que te transforme en un «no muerto» para tener más fuerza? A mí me da igual, pero espero que entiendas lo que eso supone. Además hace mucho tiempo que no convierto a nadie, no sé muy bien como resultará.
—Si lo dices por que tengas miedo a pasarte de la raya y llegar a matarme, yo confío en ti— Si algo sabía es que la palabra de un Conde iba a misa y puesto que me debía un favor, estaba seguro que no intentaría acabar conmigo.
He de reconocer que me daba cierta preocupación, antes de colgar me dijo que de lo que no estaba seguro period de si me daría más fuerza por el contrario, me trasladaría todos sus problemas, al parecer, desde que no encontraba víctimas de calidad, se había ido debilitando. Ya no salía todas las noches por culpa del lumbago y encima uno de sus colmillos empezaba a moverse. No quiero imaginarme lo que sería Drácula sin uno de sus dientes.
30 DE JUNIO DE 2027
Ayer fue el gran día. Mi buen amigo me hizo la visita que esperaba para pasarme al lado de los «no muertos». No fue necesario decirle que si algún día necesita algo me tiene a su whole disposición.
Reconozco que no le he visto buena cara, creo que sus tiempos de ser el gran Conde Drácula, ese al que incluso los de su misma especie temían, han acabado. Incluso me ha dicho que ha notado la presencia de uno de los suyos rondándole y que tenía cierto miedo a que pudiera encontrarlo e intentara acabar con él sólo por la reputación de haber sido quien dio fin al padre de todos los vampiros. Le he dicho que no se preocupe, que usaré todo lo que esté en mis manos para encontrar al «rondador» y darle caza.
Hoy me he despertado antes de que sonara la alarma y he de decir que he dormido del tirón toda la noche. Me he levantado despacio, quizás por miedo a los malditos dolores que me acompañaban todas las mañanas, sin embargo…de un salto he rodeado la cama para coger las gafas, hasta que me he dado cuenta de que no las necesito. Me he acercado a la ventana, la he abierto de par en par y no he podido evitarlo, como un niño pequeño he roto a llorar de forma desconsolada. No solo parezco el mismo de antes, si no que me encuentro cincuenta veces mejor.
He tenido que bajar de golpe las persianas al empezar a salir el sol, no os podéis imaginar lo que escuece. Me doy cuenta que esto no lo había pensado, a partir de ahora tendré que cambiar todos mis hábitos. Tengo que pensar algo para que nadie sospeche por qué Bruce Wayne no sale por el día.
Son las ocho de la tarde, he tenido que cancelar todas mis citas con la excusa de estar enfermo y he dedicado las horas a diseñar otra máscara con la que protegerme de la luz del día, al menos Batman podrá seguir saliendo en cualquier momento.
Se acerca la noche, me dispongo a ir a la cama, pero es inútil, no tengo sueño y sin embargo estoy algo cansado. Me recuerda a todas esos viajes que hago y me dejan para el arrastre por culpa de jet lag. Supongo que necesitaré de varios días para acostumbrarme.
A las cinco de la mañana he tenido que salir por un aviso de robo. Ha sido pan comido, es una pena que las cámaras no estuvieran grabando en esta ocasión. Creo que he vuelto y espero que sea para quedarme.
Ilustración de Paloma Muñoz
four DE JULIO DE 2027
Llevo varios días sin apenas dormir. De noche parece que el cuerpo me pide marcha y por el día, que es cuando debería descansar, no hay manera. Y para colmo, llevo el mismo tiempo sin pegar bocado, mira que lo he intentado, pero todo lo que entra, sale sin previo aviso. Le he pedido a Albert que se ponga en contacto con bancos de sangre, que no se diga que no hay dinero para traer la mejor del mercado, y de verdad que lo ha hecho, por lo que cuesta mejor me alimentaba a base de Château Petrus, por lo menos el vino podría tomarlo, porque lo que es la sangre… es acercarla a la boca y se me revuelve hasta el apellido.
Por el bien de todos espero acostumbrarme pronto, sobre todo por Albert, que el pobre ya ha tenido que irse corriendo un par de veces al verme ir hacia él, con medio traje puesto y con los colmillos a punto. Esto va a resultar más complicado de lo que esperaba. Lo positivo es que sigo pareciendo un chaval de veinte años.
Hoy he recibido una llamada de John, según parece en los dos últimos días han aparecido varios cadáveres, todos sin apenas sangre en el cuerpo. Me temo que no me va a hacer falta buscar al «rondador», él solito ha venido a mí. Llega el momento de demostrarle a todo el mundo que Batman ha vuelto.
No me ha resultado difícil seguirle la pista, cualquiera diría que su intención era que nos encontráramos. No llevaba ni una hora vigilando desde el edificio más alto de la ciudad, farmacia online cuando pude verlo. Esos andares y el leve olor que desprendía eran inconfundibles. Iba detrás de una chica que acababa de salir de un restaurante dispuesto a atacar en cualquier momento.
Antes de que lo hiciera me interpuse entre ellos dos y de un empujón lo aparte de su futura víctima. Al darse cuenta ella se volvió hacia mí.
— ¿Batman…?
—No tengas miedo, yo me encargo— le espeté con esa voz de superhéroe, que más bien sonó a gigoló de piscina.
Por algún motivo la muchacha se asustó al verme y sin pensarlo dos veces me dio un golpe con el bolso, sacando después un spray de pimienta con el que roció toda mi cara.
Durante unos segundos no pude ver nada, menuda gracia me hizo el spray de las narices. Por suerte él parecía más interesado en mí que en la muchacha, que pudo salir corriendo.
—Un momento— me dijo mientras se aceraba flotando en el aire— tu olor… he seguido tu rastro hasta aquí, pero era con Drácula con quien esperaba encontrarme.
—Siento mucho haberte decepcionado.
Empezó a reírse al fijarse bien en mi cara.
—Creo que ya lo entiendo, he escuchado hablar de ti muchas veces. Veo que te has pasado a nuestro bando y que tendré que acabar antes contigo. Supongo que el viejo Drácula podrá esperar.
Desde aquella vez en la que me había enfrentado al que ahora me había convertido, nunca había tenido un duelo como aquel. Por suerte, creo que se trataba de un vampiro sin mucha experiencia al igual que yo, pero con mis recientes dotes adquiridas y mis armas de siempre conseguí ponerlo a raya.
No quería que me pasara como la otra vez. Cuando por fin lo tuve bien sujeto, le pegué un mordisco en la yugular, con tanta fuerza que conseguí arrancarle la cabeza, para después quemar las dos partes de su cuerpo, tenía que estar seguro de que no volvería a revivir.
Al llegar a casa lo primero que hice fue llamar a Drácula y contarle lo sucedido. De momento podía estar tranquilo.
Me sentía eufórico, creo que empezaba a gustarme todo aquello. Incluso apreciaba ya esas copitas de «tinto» con las que me mantenía y evitaba así tener que matar a nadie para alimentarme.
Fue la primera vez que conseguí pegar ojo de día, incluso a pesar de un dolor en la pierna derecha, que supuse sería consecuencia de mi enfrentamiento con el «rondador».
5 DE JULIO DE 2027
Empiezo a acostumbrarme a mis nuevos hábitos. Hoy he despertado justo al ponerse el sol. Sobre la mesita, el periódico que seguro que Albert había dejado aquella mañana. Qué ganas tenía de abrirlo y de ver como de nuevo la gente clamaba por el regreso de su hombre murciélago explicit.
Para mi asombro, no hablaban de mí en la primera página, lo cual me indignó un poco, al menos no de Batman. Por el contrario, el titular destacado era para mi verdadera personalidad:
Aparecen los restos de Bruce Wayne
No podía creer lo que estaba leyendo, «¿cómo podían decir eso?» Busqué rápido la página donde daban la noticia y mi sorpresa fue aún mayor al ver la foto. Estaba hecha justo en el momento en el que mordía y arrancaba la cabeza del «rondador», ahora entendía aquel destello que me había parecido sentir, pero que, dada la euforia, no di importancia.
Según decían, entre las cenizas habían encontrado dos tipos de sangre, una sin identificar y la mía. Para un mísero corte que me había hecho…
Dejé de leer pensando que tal vez fuera mejor así, eso me permitía no tener que seguir dando explicaciones de por qué no aparecía en ninguno de los actos a los que se me invitaba, decir que estaba enfermo ya empezaba a sonar raro. Sin embargo, lo que no había visto period el titular de la página siguiente:
Batman se cambia de bando
Basándose en la fotografía, dejaban bien claro que ahora ya no sería el aliado que había sido hasta entonces, por el contrario, toda la policía estaba en alerta para poder darme caza. Me había convertido en el asesino del más ilustre habitante de Gotham.
Se rumoreaba con la posibilidad de que hubiera chantajeado Al señor Wayne y que este, que todos sabían que period una persona de bien, no había accedido a ello.
El mundo se me echó encima, había acabado de un golpe con Bruce Wayne y con Batman. ¿Qué sería de mí ahora que no podía dejarme ver de ningún modo?
Pasé el resto de la noche en casa, intentando localizar a Drácula para saber si se podía cambiar otra vez, pero no dio señales de vida. Y encima, no había manera de que el dolor de la pierna desapareciera, había llegado hasta la zona de la pantorrilla y empezaba a ser insoportable, no había postura en la que pudiera estar quieto más de cinco minutos.
7 DE JULIO DE 2027
Sigo sin tener noticias de Drácula y llevo dos días sin poder levantarme de la cama. Albert ha llamado a un amigo suyo que dice que es de confianza. No es más que un prepotente estudiante de medicina, pero algo es algo.
El diagnóstico ha sido claro. El reuma ha vuelto, no veo tres en un burro y la ciática conseguirá mantener inmóvil al mismísimo Batman durante un tiempo. Y encima el relajante muscular que me ha recomendado no parece hacer buenas migas con la sangre, como resultado, una «pequeña» úlcera que parece querer matarme desde dentro. Empiezo a echar de menos lo que ahora me doy cuenta de que eran leves dolores de reuma, maldito el día en que pensé que jubilarme no period la mejor opción.
10 DE JULIO DE 2027
Por fin he hablado con Drácula. Como ya me imaginaba, no hay modo de volver a la vida de antes, lo único que puedo hacer es resignarme a vivir eternamente como un «no muerto». Al menos me ha dicho que él ha encontrado un modo de hacerlo «dignamente», ha recalcado mucho la última palabra, lo que me hace pensar que tal vez no sea tan bonito como ha querido mostrármelo. He quedado con él esta noche, justo al lado de una residencia que hay a las afueras de la ciudad.
Después de media hora y con la ayuda de Albert, he conseguido ponerme el traje. Mi buen mayordomo me ha llevado a un edificio viejo al lado de la residencia, no me veía con ganas ni con fuerzas de conducir.
Drácula me esperaba en una vieja habitación, yo diría que casi tanto como él, sentado en un antiguo sillón.
—Perdona que no me levante.
—No hace falta que te disculpes— Algo me decía que sabía muy bien por lo que estaba pasando— Sigo sin entender porqué hemos quedado en este lugar.
—Verás, hace un mes que vivo aquí y cuando me contaste lo que te pasaba pensé que si querías, podías trasladarte tú también. No estaría de más un poco de compañía con quien poder conversar.
Era la primera vez que veía al Conde así, se le notaba triste, apagado. Me preguntaba donde habrían quedado aquellos días en los que solo escuchar hablar de él ya daba pánico.
Me fijé en la pequeña mesa que tenía a su lado y en un vaso que contenía…
—No lo mires tanto, sí, son mis dientes.
Me contó que una noche había visto a una joven sentada en un parque a la luz de una farola escribiendo en un cuaderno negro. Se acercó por la espalda dispuesto a atacar, pero sin saber muy bien cómo, empezaron a hablar. Por extraño que parezca, le había contado todos sus problemas, ella period dentista y se había ofrecido a ayudarle.
—Periodontitis, así lo llamó. Vaya, lo que todos conocemos por piorrea. Al menos, de momento, sólo he perdido uno de los colmillos.
¡No lo podía creer, había pedido ayuda a una humana!
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo?
—Tranquilo, ya la conocerás, Carlota es muy buena chica.
En un principio sentí lástima por su nueva «vida». Me dijo lo mal que se encontraba y que salir de caza ya era imposible. Lo único que podía hacer period esperar en aquel lugar a que alguno de los viejecitos de la residencia pasara a mejor vida y poder alimentarse con su sangre. Sin embargo, pensándolo fríamente, tal vez period mejor eso que quedarme sólo en la casa.
No me hizo falta pensarlo mucho. Salí para decirle a Albert que se fuera, que a partir de entonces me quedaría a vivir allí. Le pedí que se encargara él de la casa y que de vez en cuando me trajera las cosas relacionadas con mis negocios, mientras pudiera, seguiría encargándome de todo. Que la gente pensara que Bruce Wayne estaba muerto no quería decir que sus empresas no pudieran seguir funcionando.
30 DE JULIO DE 2027
Al contrario de lo que había pensado, estos veinte días no han estado tan mal. Las conversaciones con el Conde son de lo más amenas. Sé que no es el remaining que hubiera querido, pero es lo que hay.
Sin embargo ha ocurrido algo que no hubiera imaginado. He decidido ir por casa después de leer en un periódico que Batman ha vuelto como el gran superhéroe que fue. No es que me importe si Albert tiene algo que ver, ya que al menos la leyenda del hombre murciélago seguirá viva, pero tengo cierta curiosidad.
Por lo que he visto al llegar, la decoración de la casa ha cambiado por completo, cualquiera diría que estamos en el desfile del orgullo homosexual.
Escucho ruido en la parte de arriba, supongo que Albert está en la habitación. No me molesto en picar a la puerta, sigue siendo mi casa, pero…
Al entrar veo a Albert, con el traje puesto a excepción del pantalón. La imagen de Batman con aquel tanga de leopardo, es algo que traumatizaría a cualquiera. Y sobre la cama un chico más joven que él con la misma ropa que llevaba al nacer…¡¡en pelotas!!
—Pero… ¡por Dios!… ¿qué es esto?
—Yo… ¿qué hace aquí, Bruce?
— ¡Encima, cómo si esta no fuera mi casa!
La úlcera puede más que el enfado del momento, tengo que sentarme no sé si saldré de aquí por mi propio pie.
Recapacito un poco. Siempre me he considerado una persona moderna y, si bien es cierto que lo que ocurra de puertas para dentro no debería importarle a nadie. Si algo ponía la noticia que había leído es que de nuevo Batman volvía a ser el mismo y supongo que eso es lo importante. Decido que tal vez lo mejor sea pasar del tema.
—Espero que al menos no dejes que nadie te vea de esta guisa— le digo bajando un poco la voz.
—Tranquilo, nadie sabrá jamás que yo soy Batman.
¡¡JA!!, como si fuera eso lo que me preocupa, mientras no le diera por cambiar la indumentaria. No quisiera ver en el futuro a un Batman vestido de rosa por los periódicos.
—Y ¡dile a ese tío que se vista, anda!— le digo saliendo por la muerta mientras que le escucho hablar.
—No te preocupes, ya se iba. Por cierto, es Robert, un amigo.
«Sí, sí, un amigo» pienso mientras, poco a poco bajo las escaleras, a decir verdad me importa un carajo quien sea ese tío.
10 DE AGOSTO DE 2027
— ¿Has visto, Bruce?, Batman sale de nuevo en el periódico.
Me acerco al Conde para ver yo mismo la noticia. No he querido decirle nada de lo que paso en la casa, tan sólo que Albert me había suplantado.
Batman y su nuevo compañero hacen de Gotham un paraíso para vivir
Por lo visto, Albert, tenía una especie de ayudante, un atlético joven vestido con unas mallas, un chaleco rojo y una capa amarilla. Se veía bien claro en la foto que acompañaba a la noticia.
Aquella indumentaria, un chico joven y el nombre al pie de la foto, Robin, me hicieron pensar. Y, por desgracia, el cuerpo desnudo del amigo de Albert volvió a mi cabeza. ROBERT…ROBIN… ¡cielo santo, que he hecho!
—Primo…creo que es mejor que dejemos de leer las noticias…
Jesús Cernuda.
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Karma
Según varias religiones dhármicas, el karma (en sánscrito: कर्म) es una energía trascendente (invisible e inmensurable) que se genera a partir de los actos de las personas. También conocido como un espíritu de justicia y/ equilibrio……
Generalmente, el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, de causa y efecto. Se refiere al concepto de «acción» entendido como aquello que causa el comienzo del ciclo de causa y efecto. Según el karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores.
El karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas malas realizadas en el pasado más menos inmediato. Según el hinduismo, la reacción correspondiente es generada por el dios Iama; en cambio, en el budismo y el jainismo ―donde no existe ningún dios controlador― esa reacción es generada como una ley de la naturaleza (como la gravedad, que no tiene ningún dios que la controle).
En las creencias indias, los efectos del karma de todos los hechos son vistos como experiencias activamente cambiantes en el pasado, presente y futuro.
Según esta doctrina, las personas tienen la libertad para elegir entre hacer el bien y el mal, pero tienen que asumir las consecuencias derivadas.
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